Primer movimiento:
Opertura a la italiana.
Este es mi último fusil. Arcaico artefacto que siendo tan viejo no puede ser mío.
Y comienzo hablando en memoria del gran castratti porque su forzosa condición superó por mucho a decenas de hombres, que con sus gónadas bien puestas, son incapaces de ser y de hacer, porque virtualmente les han sido sustraídas.
No es el pobre hombre desovado a quien estas letras lego sino al cirujano que hace tan fina cirugía: la mujer castrante.
No por nada Perseo buscó a Medusa y lo cortó la cabeza; de su sangre nació Pegaso, símbolo inequívoco de la libertad.
Madre o esposa, nunca amiga, son las condiciones para la Dona Castrante. Lo que nos lleva a pensar que el inicio de esta historia no fue la liberación femenina, esa es otro cuento de miedo muy diferente a los horrores de la actualidad, en donde la entrecomillada igualdad que buscan algunas beldades se ha salido de control convirtiéndose en una sanguinaria guerra, cuchillo en mano, para robar el poder de esa sustancia milagrosa llamada testosterona. Esta historia tal vez comenzó cuando una Eva nació de la costilla de un Adán y no conforme con ser parte de él quiso seguir quitándole cosas.... cosas para colgarse, por supuesto.
Oh, madre, la placenta donde crecemos no es para siempre. Así nos quieren educar, no para ser hombres, sino para ser homúnculos que comprendan a sus mujeres... es decir: locos... y pensar que hay treintañeros que todavía dicen: si llego tarde mi mamá me mata. Claro, porque ella tomó la precaución de haberle hecho una orquiectomía inguinal radical virtual, guardado, casi castigado sus huevos en un cajón... los huevos los tiene ella, con lloriqueos y todo.
Aún y con eso, a veces el castratti llega a la edad en que debe de casarse, no digo que quiera, sino que debe, ¡por orden vaticana!, porque es el autómata de la voluntad de las gónadas que ya no son suyas. Y como le han quitado su poder, su rebeldía, su autoestima, su virilidad y su ser caprino, ha quedado como humilde y bonachón buey que lame su yunta mientras va arando la alfombra roja camino al altar.
Segundo movimiento:
Molto agitato.
Sinceras miradas frente al altar..., no de los novios, sino de novia y suegra. Mayor fraternidad no puede concebir un útero. A la hora en que el hombre da un humilde, sincero y ajeno sí, la señora sonríe y muestra con gracia a su nuera la bandeja de plata con el humeante y exquisito platillo de criadillas en su jugo. El cual ha preparado para tan fársica ocasión durante muchos años. Los sacó del cajón, les puso sus mejores sales y condimentos, listos para cambiar de manos... el regalo de novias... la voluntad del hombre.
Matrimonio: Ahora, el mancebo desposado ya no puede irse de cabrón sin que le mienten la madre, ya no puede mirar las piernas de sus compañeras de trabajo sin que le digan “pero si tú ya estás casado (que para ellas rima con capado), ni dedicarse a eso que tanto le gusta sin que lo llamen iluso.
Estas mujeres que dicen tener muchos huevos, sí, los tienen, pero no son suyos, antes debieron quitárselos a alguien, al garruño, al arrebato, sin condiciones.
Y aún, habiendo perdido el derecho de ser llamados huevones, los castratti virtuales escuchan la adjetivación una y otra vez porque el vacío que deja la castración produce: la nada.
Inútiles, sí, así han quedado, e ignorantes de la mutilación que causan, las Donas Castrantes, repiten tal palabra: ¡inútil! Mientras con la mano, en la bolsa de su mandil, juegan a las canicas.
Para ellas la vida es un juego de muñecas en donde Pinpón es un muñeco muy guapo, pero de cartón y a final de cuentas, un muñeco asexuado, moldeable, manipulable, muy conveniente y cómodo. De lo contrario, si tuviera voluntad he hiciera su deseo, no sería Pinpón, sería: El egoísta y el machista.
La Dona Castrante no busca, anhela el matrimonio... y ahora me pregunto, ¿por qué el acto consumado de la unión pública y legal tiene que referirse al matriarcado, siendo que nuestras raíces teológicas árabes le tiran más al patriarcado?
No he querido responder esta cuestión por miedo a que ande yo inventado términos convenientes para mis pobres lamentos, creo que me equivocaría... creo que la estoy errando... mejor le pregunto a hombres que saben contestar, a los que su fama y talento hace más veraces sus palabras: Ayer le pregunté a Enrique Jardiel Poncela y me dijo Patrimonio es un conjunto de bienes; matrimonio es un conjunto de males.
Esto me da una pista... Poncela sufrió orquiectomía virtual.
Por eso ya hace tiempo que detuve mi afán por entender a las féminas... encomienda de un par, que buscaban la dichosa dignificación de la mujer... Freud me dijo que luego de treinta años de estudiar la psique femenina jamás pudo saber qué diablos quieren las mujeres, ¿además del matrimonio? Mejor allí le dejo, porque me acabo de dar cuenta que esa palabreja rima con demonio.
Tercer movimiento:
Fuga con moto.
Aquí las anáforas no son de mi uso personal, pero tampoco están en desuso. Y podríamos decir para está fuga, que los hombres no huyen por cobardes del matrimonio con una Dona Castrante, sino porque ya fueron valientes durante muchos años.
Recuperar el uso propio de las gónadas no es ni será cosa fácil. Basta encontrar el momento para quitarle a su carísima mitad lo que es propio y luego soportar el tsunami de histeria que se volcará sobre sus huesos.
En Polonia dicen que la mujer llora antes del matrimonio, el hombre después.
A la par en que el uso de la cordura y los huevos vayan tomando forma propia, ya podrá decir el otrora castratti, como el marido gringo a su mujer, “Es cierto que no te quiero tanto como cuando éramos novios, pero es que a mi nunca me han gustado las mujeres casadas”.
Y como ven, aquí cargo el último de mis fusiles con tanta “preguntadera”. Jerry Lewis dijo “Seguramente existen muchas razones para los divorcios, pero la principal es la boda”. ¿Y qué cosa es el matrimonio? Yo no tengo respuesta, pero Alejandro Dumas el chico dice que es una cadena tan pesada que para llevarla hace falta ser dos y, a menudo, tres. Hedí Cantor dice que es tratar de solucionar, entre los dos problemas, que nunca hubieran surgido al estar solo. Y Nietzsche asegura, sapientemente, que el matrimonio acaba muchas locuras cortas con una larga estupidez.
Estamos entre dos fuegos: para la Dona Castrante, si el marido no lleva sus bolas puestas es un idiota y si las trae bien puestas, también es un idiota.
Por eso le pregunté a alguien más viejo y trágico, conocedor sabio de la condición humana, Sófocles: “Me preguntas si debes o no casarte; pues, de cualquier cosa que hagas te arrepentirás”.
Caramba, todo parece una sentencia. Por desgracia, porque no hay mayor debilidad para un hombre, que se sienta hombre, que las mujeres. Excepto para algunos homosexuales y algunos ya castrados que entre comillas “son muy respetuosos”, como su mamá les enseñó. Pero a todos nos gustan las mujeres, al grado que puedo decir que en este mundo de grandes inventos, de creaciones increíbles, de hombres que han logrado volar con máquinas, desplazarse, comunicarse, repetirse, en este mundo de inventos, el mayor de todos es la minifalda. Porque ya sabemos que cosa jala más que la vieja yunta. Por eso estamos condenados, si no vemos bien ese cuchillo en la mano de las ocas que tan arrebatadamente nos encantan.
Ah, mi buen Farinelli, tu condición permitió que tus amantes nada te robarán y, como la trucha, te comías la carnada sin tragarte el anzuelo. Ahora te ríes de todos tus émulos que no hacen porque no tienen. Y te carcajeas en la tumba del señorito pomposo que con modos de hombre correcto hace lo incorrecto y de los otros que con modos mujeriles se proclaman metrosexuales y aceptan los choros feministas, o de los que se refugian en el adulterio decente, como diría Atenágoras de Atenas, o sea en al segundo matrimonio... te ríes porque sabes que lo hacen para no perder terreno con ellas, cuando en verdad están perdiendo los huevos.
Por eso me he fusilado a grandes hombres, porque con tanta agitación yo ya no tengo argumentos... ya algún día sin querer desbocaré alguna idiotez en público y no faltará el que diga, ¡ah, que grandilocuencia, este hombre ha dicho un concepto inteligentísimo con respecto al matrimonio y la castración!... otro más inteligente dirá: sí, era un grande hombre, muy grande, por cierto, medía casi un metro noventa.
Aunque yo preferiría que dijeran solamente: miren, aquí corrió...
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