Origen de María Lionza
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Origen de María Lionza

Oswaldo G. | 17 jun 2018

Para el fin de la cosecha, los caquetíos o Jirajara (grupo prehispánico que pobló el occidente venezolano en lo que hoy corresponde a los estados Falcón, Lara, Yaracuy y Cojedes), del núcleo principal de la tribu, recibieron de su gran piache o mojan un doloroso presagio: Que a un cacique de la tribu le nacería una niña con los ojos de tan extraño color que, de mirarse en las aguas de la laguna, no podría ver sus pupilas. Además, tan pronto como esta niña de ojos de agua se viese reflejada en alguna parte, causaría la ruina de los caquetíos, por medio de una inundación”. Fue tan grande la aflicción de la tribu que desde entonces, cada vez que a un cacique le nacía una niña, pasaba angustia de muerte hasta que le anunciaban que, como siempre, en las mujeres de su raza, la recién nacida tenía los ojos negros.

 

El culto a las lagunas, a sus espíritus dueños y sus encantos, el uso de las cavernas como lugares consagrados a los rituales y los que relacionan la inundación con el fin y resurgimiento del mundo indígena, son algunos de los elementos propios de los antiguos mitos y cultos indígenas.

 

En la época de la conquista en medio de una feroz lucha por el dominio del territorio, los indígenas seguían fielmente a los caciques, formando grandes tribus para la defensa de su territorio con valentía y fiereza, en la zona centro occidental del país se erigía la figura de un recio cacique caquetío llamado “Yaracuy”, nombre que resaltaba la fiereza y fortaleza de su intrépida naturaleza, ya que “Yaracuy” en lengua caquetía quiere decir “El Fiero”.

 

Cuando la guerra estaba en su apogeo, la esposa del nombrado cacique dio a luz una pequeña alrededor del año 1.535 siendo este acontecimiento el inicio de una historia cuya transcendencia se fue fortaleciendo en el tiempo y se mantiene firme como parte de la cultura e venezolana.

 

Esta niña nació con los ojos verdes, curiosidad que bastó para ganarse el rechazo de la tribu y en especial de su padre quien decidió matarla, para evitar según sus creencias, supuestos males que auguraban la señal en los ojos del infante.


Tal decisión llego a oídos del cacique “Manaure” quien llegó a tierras caquetías y abogó por la inocente niña, siendo este el consejero principal de “El Fiero Yaracuy”, este accedió a las peticiones de “Manaure” y permitió que su consejero se llevara a dicha niña, encargándose él a partir de ese momento de su crianza y educación, Manaure llevo a la niña a un lugar situado dentro de las montañas de la región y dicho cacique le puso por nombre a la niña “Yara” , para identificarla ante la sociedad indígena como la primogénita del cacique “Yaracuy” y así se respetara su condición de noble dentro de la tribu. “Yara” fue llevada a un refugio (actualmente la montaña del Sorte), En el estado que hoy lleva el nombre de su padre, en donde creció y se educó aprendiendo la lengua española, con la ayuda, de su padre de crianza “El cacique Manaure”, ya que este tenía un permanente contacto con los españoles, usando generalmente la sabiduría y la estrategia política, mientras otros caciques usaban la violencia. Con este insigne tutor “Yara” logra desarrollar una personalidad motivada a dirigir la liberación de su pueblo.

 

Nieta del cacique Chilúa y biznieta del cacique Yare, todos grandes hombres guerreros y estadistas. El nombre de “Yara”, significa “agua”, y es el agua precisamente la que define su vida, su padre de crianza el cacique “Manaure” le prohibió verse en el agua, para que no se diera cuenta del color de sus ojos (verdes) y para que la maldición antes presagiada no se fuera a cumplir, por eso solo se le permitía bañarse o acercarse al agua de noche, cosa que debió haber sido muy erótica para los varones de su tribu. Una mujer joven y bella bañándose sola de noche. En una oportunidad una serpiente Anaconda, cautivada por la belleza de la joven mujer, la engañó y la hizo que se fijara en su propia reflejo en el agua de un pozo del río.

 

La india se dio cuenta de su belleza y del extraño color de sus ojos por primera vez en su vida. La serpiente, quien era el espíritu dueño del río, fue apresada por los espíritus superiores del monte debido a su mal proceder, pero esta se hinchó de rabia por la decisión de los espíritus superiores del bosque y desamor por la pérdida de esa mujer tan bella, tomando del agua del río hasta que logró sacar toda el agua, para luego morir reventada, inundando de agua a toda la aldea. De esta manera la joven y bella princesa terminó siendo la dueña del pozo, del río y de toda agua, protectora de los peces y luego de toda la flora y la fauna, por designio de los espíritus superiores de la montaña. De allí viene el nombre del río Yurubí en Venezuela (significa agua caudalosa) que surte de agua dulce a la ciudad de San Felipe en Yaracuy, capital de ese estado. También del parque nacional Yurubí, creado para salvaguardar la cuenca del río que lleva su nombre. El hogar de Yara se llamaba “Quibayo” lugar que todavía existe en la montaña que posteriormente un geógrafo catalán describiría en sus mapas como “montagne de la bonne sorte” (montaña de la buena suerte) o simplemente “montaña de Sorte”, como se conoce hasta hoy.

 

La historia de Yara está estrechamente ligada con la de su padre Yaracuy. Resulta que Yaracuy comandaba un imperio de más de 500 poblaciones indígenas, conocida como Guanabacoa. En el momento del descubrimiento, el inmenso imperio central estaba integrado por tribus, tales como los tarananas, yaritagua, Acarigua, torondoyes, y zarazas y otras tribus, entre ellas los macuares y los caripes se aliaron con los españoles para hacerle frente a Yaracuy. El conquistador Diego García de Paredes, junto con el capitán Juan de Vargas, intentaron tomar tierra firme e instalarse en el bastión de El Tocuyo, que hacía parte del territorio del feroz cacique, pero Yaracuy los venció en la batalla de Cuyucutúa. “Yara” continuó ayudando a los indígenas a defenderse del dominio extranjero hasta que logran contactarla utilizando a la iglesia católica como intermediaria, una monja logra persuadir a “Yara” de reunirse con el capitán Ponce De León, el representante del ejército y del gobierno regional español, para tratar de dar fin a través de un acuerdo a dicha guerra con “Yaracuy” y sus legiones indígenas, el encuentro con “Yara” y la monja se llevó a cabo en un lugar neutral, en donde la representante de la iglesia queda conmovida con la mágica figura de “Yara”, no solo por su belleza, sino por el encanto que emanaba su presencia. De acuerdo a la descripción que los indígenas hacían de Yara, ésta era una mujer triste de grandes ojos verdes, pestañas largas y amplias caderas. Olía a orquídeas, su sonrisa era dulce y melancólica, los cabellos lisos y largos hasta la cintura, con tres hermosas flores abiertas tras las orejas.

 

La monja sugiere a “Yara” que se presente ante los representantes del gobierno español con un atuendo, que aunque muy simple cubriera la desnudez que siempre la acompañó desde su nacimiento y recomendó dicha monja que “Yara” se presentara ante esas personalidades con el nombre de María (para enaltecer a la madre de Dios) y madre de la iglesia católica y así causar una buena impresión a aquellas autoridades regionales españolas. “Yara” queda inmutada ante dichas peticiones, pensando que eran costumbres de esa cultura que desconocía y que no entendía, por lo que le restó importancia a dicha petición, por lo que accedió antes de continuar el viaje. Estos hechos ocurrieron por el año 1552 fecha en que fue capturado y condenado a muerte el feroz cacique “Yaracuy”. Sin conocer estos planes mientras el cacique “Yaracuy” era capturado y “Yara” ajena a lo que estaba sucediendo, se acercaba a la guarnición española con la intención de mediar y llegar a un acuerdo para ponerle fin a las hostilidades. Este encuentro había creado gran expectativa en la población indígena, muchos se aglomeraban para ver de cerca a la que según ellos era la “diosa viviente protectora de los indios” y mientras más se acercaba al sitio de reunión convenido, seguía creciendo la masa de indígenas que se agolpaban en ese sitio y quienes ofrecieron montarla en una danta (también conocida como onza o Jaguar), para enaltecer su entrada al amurallado lugar español. “Yara” es recibida por los representantes del gobierno español y de la iglesia católica, de inmediato se percata de que su padre está prisionero. “Yaracuy” yace postrado y maniatado en el suelo a la vista de todos. La intención era demostrar a la resistencia indígena la caída de su líder y así dar un duro golpe a la moral de su pueblo, justo en ese instante, “Yaracuy” y “Yara” cruzaron sus miradas, lo que de inmediato hizo vibrar la sangre que los unía y los abrazó el instinto familiar. El orgullo de “Yaracuy” los había separado en el pasado, pero en esa oportunidad, ese mismo sentimiento los uniría para intentar escapar de la traición a la que se enfrentaban. Para evitar la caída de su hija, “Yaracuy adelanta su plan de fuga y se libera de las ataduras, enfrentándose a sus captores en una desigual lucha. El feroz cacique caquetío consigue desarmar y poner fuera de combate a varios soldados y al fin sucumbió bajo el fuego de los arcabuces.

 

Aquí se produce una de las escenas más representativas de la historia de Venezuela, la cual muestran con mucho orgullo los venezolanos: La voluntad, arrojo y valentía de un indio venezolano, que se negó a ser esclavo de los españoles y que defendió a sangre y fuego su territorio y soberanía. Yaracuy que logró aprender la lengua española, dejó escuchar sus últimas palabras. “Me voy, pero no solo”, esta confusión logra hacer que la india Yara escape de aquel lugar escoltada por cientos de indígenas.

 

Todo esto sucedió en lo que hoy son las ruinas de San Felipe el Fuerte, nombre completo de la actual ciudad de San Felipe, la cual se encuentra unos 270 kilómetros al sudoeste de Caracas y es la capital del estado que hoy lleva su nombre, Yaracuy. Es por estos hechos ocurridos en la caída del cacique Yaracuy que, tiempo después pagarían con sus vidas los hombres, mujeres y niños españoles de la única ciudad totalmente amurallada de Venezuela. Los miembros de la tribu de Yaracuy entraron en el fuerte y mataron a todo ser viviente, humanos y animales para luego quemar y destruir toda la ciudad, trabajo que terminó el terremoto de 1812. Por esa razón en las ruinas del fuerte solo quedan las lozas del piso y algunas pocas paredes de lo que fue una vez una ciudad completa.

 

Una vez muerto Yaracuy, Yara asumió el cacicazgo de su tribu, como fue el caso con muchas indias venezolanas, que se vieron en la necesidad de convertirse en caciques por la escasez de hombres, dejada por la guerra contra la invasión conquistadora. Yara como cacique comenzó a ser una magnífica estratega militar y los españoles siguieron teniendo bajas en sus bandos como cuando Yaracuy todavía vivía, pero ahora de parte de su hija. Por eso fue necesario por los españoles ordenar la captura de Yara. Unos curas católicos fueron los primeros en entrar en contacto con Yara y la trataron de cristianizar y hasta le dieron el nombre cristiano de María del Prado de la Talavera del Valle de Nivar. Sin embargo sus intentos fueron en vano, Yara no cedió ante el culto a un Dios hombre (Jesucristo); bueno pero asesinado al igual que ellos lo estaban siendo de manos de los españoles. Yara siguió siendo guerrera y la Montaña de Sorte era su fuerte. Los españoles le siguieron hasta allí, pero Yara mágicamente se perdía entre la selva, entre los caminos y las brumas de la montaña. Esto es lo que dio pie al comienzo de la leyenda de María Lionza.


Finalmente Yara fue acorralada por los españoles. Sin miedo, Yara subió a un árbol alto, encima de un pozo del río; viéndose rodeada y comenzando sus perseguidores a subir el árbol, Yara se lanzó al pozo de aguas cristalinas desde lo alto del árbol. Una vez disipada la espuma y las burbujas, los españoles esperaron ver salir a Yara, ver su cuerpo aturdido o muerto por el golpe, sin embargo Yara nunca salió del pozo. Los soldados buscaron en el pozo, río arriba y río abajo pero Yara no apareció. Retirándose del lugar y ya habiendo avanzado un buen trecho del camino, los soldados voltearon y vieron a Yara en la parte de arriba de la montaña, completamente desnuda montada sobre una danta (mamífero comestible del tamaño de un jabalí, de nariz prolongada en forma de pequeña trompa), con sus brazos en alto sosteniendo un hueso de cadera de mujer.

 

Con este gesto Yara quiso decir que su prole, su gente, su hogar y su cultura estarían a salvo por la fertilidad y aptitud guerrera de la mujer venezolana. En esto se distancia la historia de Yara de la de su padre Yaracuy; Según la leyenda, Yara no se dejó atrapar nunca, de hecho no hay registro de su muerte ni de su captura. Según la leyenda, Yara nació y vivió libre.

 

        

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