Durante la II Guerra Mundial el Ejército Colonial indio luchó contra los japoneses. Fueron derrotados en Singapur y John tuvo que pasar un par de meses viviendo en la jungla malaya. Allí conoció a John Dove, sacerdote jesuita, con quien estableció una buena amistad.
Bradburne terminó siendo rescatado por un barco de la Marina Real Británica y combatió en Birmania bajo las órdenes del general Orde Wingate. Al finalizar su servicio militar John Bradburne se dio cuenta de había cambiado mucho. La jungla le marcó de tal manera que, ya en Inglaterra, decidió retirarse del mundo, buscando el silencio y la oración.
Pasó un tiempo en la abadía benedictina de Buckfast (Inglaterra) y, en 1947, se convirtió al catolicismo. Bradburne quería ser monje pero, al ser converso reciente, se lo denegaron. Le explicaron que tan sólo debía esperar dos años, pero sintió la necesidad de viajar.
John Bradburne, durante 16 años, viajó por varios países europeos y de Oriente Medio. Vivió en diferentes comunidades religiosas, intentando ser monje, por ejemplo en los cartujos. También peregrinó a Jerusalén y volvió a Inglaterra. En su país predicó el Evangelio como un juglar de nuestro tiempo. En cierta ocasión, cuidando una casa de campo, estuvo a punto de contraer matrimonio con una mujer. Pero, él decía de sí mismo, era “una abeja sin rumbo”.
En realidad Bradburne estaba enamorado del silencio, la naturaleza y la música. Se sintió llamado a una vida completamente diferente a la que él creía. En Italia, rezando a la Virgen María, realizó un voto de celibato. Se unió a la Orden Franciscana Seglar y, franciscano seglar, decidió vivir la pobreza al modo de San Francisco de Asís. Además comenzó a expresar sus “tres deseos” vitales: ayudar a los leprosos, morir mártir y ser enterrado con un hábito franciscano. Terminó consiguiéndolo, aunque con mucho esfuerzo.
Entregando la vida al servicio de los más necesitados
En 1962 preguntó a su amigo John Dove ¿Hay alguna cueva en África donde pueda rezar? El jesuita y exmilitar le invitó a ser misionero, en Zimbabwe. Ya en África, Heather Benoy, amiga de Bradburne, le animó a que fuese a Mutenwa. Se trata de una montaña donde se encuentra un leprosario creado por el gobierno colonial. En cuanto vio el mal estado en el que se encontraban los leprosos y las malas condiciones en las que vivían, Bradburne dijo, totalmente en serio, “Me quedo”.
John Bradburne se convirtió en director del asentamiento y, desde entonces, mejoró notablemente la vida de los leprosos. Los lavaba personalmente, les cortaba las uñas y espantaba a los animales molestos, por ejemplo las ratas. Además dio clases de latín y construyó una pequeña iglesia donde les enseñó a rezar.
Pero el franciscano además defendió que los leprosos tenían derecho a ser tratados como personas. Cuando Bradburne llegó a Muwemwa, miembros de la Asociación de Lepra de Rosedia le dijeron que debía a poner números alrededor del cuello de los leprosos para reconocerlos. Él franciscano negándose les dijo “no son ganado, son personas”.
Intentaron echarle, pero no lo lograron. Bradburne vivió como ermitaño en una tienda de campaña en Chigona, cerca del leprosario, rezando y comiendo muy poco, como contó John Moore en The Telegraph. Su vida estuvo basada en la pobreza, obedeciendo la Regla Franciscana. Cada día rezaba Maitines al amanecer, cantaba el oficio diario de Nuestra Señora y concluía la jornada rezando Vísperas y Completas. Por las noches visitaba a los leprosos.
John Bradburne decidió recopilar sentimientos y pensamientos en forma de poemas. Escribió más de 6000 poemas, mostrando la experiencia espiritual vivida desde su infancia. Dedicó también un poema a cada uno de los leprosos, a quienes conocía muy bien. Sus poemas se pueden leer aquí.
Entregó su vida al martirio y cuidando a los leprosos
27 de Noviembre de 2019, miércoles.
Año I. Mes 8º. Día 280. Artículo 294.
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