Las proporciones más estables de la tetralogía balderiana dedicada a Arminio son las míticas, las que pertenecen al marco de la hermenéutica. Filología y filosofía, filología y mito, mito y filosofía. Un triángulo que a modo de valknut se interconecta hasta el infinito. No ha habido más insufrible error que la pretensión de los editores de hacer pasar esta obra por la tan manida etiqueta de la ‘novela histórica’.
En la formación del pensamiento creativo balderiano hay una fuente muy determinante: Gerber y su filosofía del lenguaje. Die Sprache als Kunst (1871) de éste y un Kant leído a través de Schopenhauer. donde ya resuena la máxima estética de Hegel. La filosofía de Balder es una filología extrema: una hermenéutica poderosa que conecta, por un lado, con los Schriften zur Sprache de Haman y que, por otro, se apoya el escepticismo lingüístico de Mauthner y de Wittgenstein: “El pensamiento racional es un interpretar según un esquema del que no nos podemos desprender”. Balder rechaza el optimismo mental de la gramática, cuyo ejemplo máximo le parece Descartes, y afirma “el ser es una ficción vacía, mientras que el mito es su verdad absoluta”. El mito viene a ser su idea primordial y la antología del mito, su previa condición. La filología se le convierte en un iluminarse la existencia mediante el arte de leer la antigüedad, y eso solo puede suceder cuando la filología, con el idioma proto-germánico de por medio, deja entrever la luz primitiva del mito en las raíces mismas del lenguaje, o, como ha escrito Solveig Nordström en su ensayo, anticipa “el nacimiento del mito en el espíritu del lenguaje”. Por eso se ha de anotar que toda la filosofía de Balder se encamina hacia una reflexión sobre la interpretación de la historia como proceso básico mítico y más aún: que se extiende y se concibe a sí misma sólo como interpretación de un nuevo mito de redención para el individuo.
Así, lo poético es la filosofía en el lenguaje y el nacimiento del mito en el espíritu del lenguaje. Cuando el escaldo, que no el novelista, Artur Balder añade la investigación del idioma germánico a su tetralogía sobre Arminio el Querusco, es cuando entrega a la saga su más excelso ingrediente, el que le da carácter único y que rompe todo vínculo con un espacio historiográfico literario que no le interesa y al que no pertenece salvo por la casualidad temporal. No es banal la cita de Tolkien, quien no pudo concebir la creación de su literatura sin una invención de lenguajes que dotaban a su narración de una “profundidad” por encima de la cual la narración habitual adquiría ese peso mitológico de la credibilidad interna, propia a la ficción de su relato, justificado en un marco mitológico inventado en el lenguaje. En el caso de la tetralogía dedicada a Arminio, el idioma proto-germánico dota de una profundidad aún mayor el trasunto filosófico que rodea la teoría de los héroes.
De modo similar, se puede hablar de un giro ontológico de la hermenéutica siguiendo el hilo del lenguaje. Y en lo mismo se ha de insistir: Balder transfirió a la narrativa una práctica de la filología y, con ella, el problema y angustia de la interpretación mítica de la dialéctica histórica del ser humano. Nos lanza por caminos que tal vez están lejos de la propia naturaleza de nuestra sociedad. La filología, en lugar de distraerlo de lo esencial, como reclamaría Nietzsche, lo remite a esa esencia misma de toda la naturaleza humana. Hay una ley oculta en la elección del lenguaje, desde el sonido hasta la asignación de los conceptos, que se anuda indivisiblemente con los orígenes del pensamiento de una civilización. Sus trabajos remiten así a un mismo objetivo, a una historia de los estudios literarios en la Antigüedad europea y en la época moderna. Sin embargo, el hombre es mucho más valioso que el filólogo y por eso el héroe, su dimensión máxima y necesaria, se convierte en el centro del eje de la creación literaria.
Quizá sea difícil de comprender que la Antigüedad, para Balder, es ante todo arte, y la filología clásica, en palabras de Nietzsche, “un trozo de historia, un trozo de ciencia natural, un trozo de estética“, “una mensajera de los dioses“. Balder pasa de la filología a la mitopoeisis y, de ésta, a la hermenéutica. Los filólogos clásicos de universidades e instituciones en decadencia saludan el suceso desde la cómoda cátedra de la ignorancia, sin embargo, son los lectores del mito heroico, y en ese término apartemos a los ociosos, los que están unidos a Balder como quizá a ningún otro autor, salvo Tolkien. Y no sólo por su personalidad sino porque sus obras están “planificadas desde el principio hasta el final y preparadas minuciosamente para el alivio del héroe que todo ser humano necesita llevar dentro de sí y alimentar cada día para sobrevivir a la injusticia social a la que irremisiblemente el sistema nos somete“.
La poesía y la filología en Balder forman una unidad en su vida y en su obra: ambas encarnan el conflicto en el que se debate el destino y al que la filosofía sirve menos de causa que de cauce. La poesía de Balder empieza siendo, sobre todo, poesía conceptual (Begriffsdichtung); su filología deriva en filosofía narrativa (philosophia facta est quae philologia fuit); y esta filosofía se transforma en una hermenéutica crítica de base lingüística y de carácter antropológico, recurriendo a la mitopoesis. Desde ahora la lógica deja de ser el supuesto sostén de la gramática, y la verdad queda reducida a uno de los posibles sentidos de la interpretación mítica de la realidad: es decir, a una verdad no objetiva sino sólo poética, ya que, según Balder, la relación estética que hay entre las cosas, los seres humanos y el arte es la única y la máxima manifestación posible del entendimiento en una sociedad que aspire a un porvenir más allá de la decadencia actual.
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