Por Claudia Rafael
Mauro Federico es periodista, tiene hoy 52 años, exactamente el doble de la edad que tenía en la foto que ilustra la tapa de su nuevo libro. Ese que escribió a cuatro manos con su hijo Ariel, que –vaya otra coincidencia- tiene los mismos 26 años de su papá entonces. Ariel es músico y desde hace unos meses vive en Playa del Carmen, México. La historia de padre e hijo se intercala, tramo sobre tramo, en el recién editado "Familia adicta". Donde queda al desnudo la historia familiar para salir de un infierno que los envolvió durante años y del que Ariel salió vivo pero podría no haber sido así.
En el caso de Mauro, no hay casualidades. Mientras su hijo a los 11 –como el mismo Ariel relata- daba sus primeros pininos en un mundo que lo estragaría, el periodista publicaba una serie de libros centrados en el universo de los traficantes: "País narco", "Mi sangre", "Historia de la droga en la Argentina" e "Historia del contrabando en la Argentina".
En entrevista con este diario elige parafrasear a Silvio Rodríguez. "El marco te da la posibilidad de entender por qué pasan las cosas pero -como dice Silvio en esa canción de los tres hermanos- mirar el horizonte muchas veces te impide ver la piedra que tenés adelante. Y tenés que tener un ojo mirando al horizonte pero también un ojo mirando al camino para no tropezar con la piedra que tenés ahí adelante. A veces ese drama que contamos lo ponemos en contexto y resulta que lo tenemos en nuestra propia casa y no terminamos de visualizarlo adecuadamente", afirma a escasos días de la presentación en sociedad de este libro nacido de un dueto.
El derrotero de varios años los hizo pasar, para llegar a este presente que los encuentra bien parados, por un centro ambulatorio, un psiquiátrico tras una sobredosis y una comunidad terapéutica ubicada en el sur del conurbano en la que Ariel estuvo internado. Y con varias idas y vueltas que les permitieron desnudar la historia en una escritura a corazón abierto. Como el mismo Mauro Federico deja en claro: "este libro se propone cachetearnos donde más nos duele, sin piedad, partiendo de la premisa de que la mayor parte de ese enorme y heterogéneo colectivo de individuos que integramos los padres, no tenemos la más pálida idea de cómo tratar con un adicto. Y mucho menos si ese adicto es nuestro hijo".
-¿Cómo arrancó la historia que terminó reflejada en este libro?
-Lo que se ofrece a la sociedad cuando se habla de adicciones es la imagen del pibe que fuma marihuana, toma cocaína y delinque. A punto tal que cuando repasás ves que el primer contacto que tiene un chico con problemas de adicción con el estado no es ni un hospital ni una sala de primeros auxilios ni un tratamiento sino la policía. Y el primer contacto que Ariel tiene con el Estado es cuando un policía lo agarró con un porro, en donde los boludos se juntaban debajo de un domo. Llegó un patrullero, los verdugueó, los metió en cana y lo fui a sacar de la comisaría. Me planté muy duro, me puse del lado de mi pibe como era claro en ese momento que debía estar pero detrás de esa mirada policial emergía un problema que yo no estaba mirando. Y que la policía tampoco miraba porque lo único que le interesaba era una estadística de detenidos por consumo de estupefacientes.
-El tema era qué hacer con eso…
-Sí y ver dónde está el origen de un problema que trasciende la individualidad, el drama personal o familiar y que tiene mucho que ver con la falta de oportunidades que tienen los chicos. El principal problema de un adicto, más allá de su patología y del abordaje clínico, es que ve que no tiene futuro. Que no sabe qué quiere hacer porque las opciones que tiene se le han cerrado. Y lo primero que en un tratamiento como el que hicimos con Ariel le plantearon, después de limpiarse, después de empezar a mirar la vida desde otro lugar, fue la necesidad de tener un proyecto de vida. Y cómo construir un proyecto en un país que te cierra toda posibilidad.
-¿Por qué creés que los padres no vemos cuando todo el mundo ve?
-Yo venía de investigaciones sobre el narcotráfico. Y muchas veces estamos muy metidos en realidades que vamos a narrar y tal vez el pecado es no transformarnos a nosotros mismos en parte de esas historias. Me tocó contar muchas historias dramáticas de chicos con adicciones. Yo sabía lo que era un pibe con problemas para manejarse con el consumo, los conocía y, sin embargo, cuando tuve que mirar para adentro, la primera reacción fue "no, esto no pasa. Esto no es así". En el manual del adicto, lo primero que hacen es aprender a mentir y a ocultar. Para mí era tranquilizador escucharlo a Ariel decir: "no, papá, está todo bien". Mi hermano, que jugó un papel muy importante y quedó reflejado en el libro, más allá del amor que siente y va a sentir por su sobrino, se permitió ver cosas que yo no veía y que, en todo caso, si las veía, las resignificaba de otro modo. Mi hermano planteaba algo muy concreto y cuando me advirtió, en vez de confiar en su palabra, intenté buscar la corroboración o la desmentida con Ariel. Y qué me iba a decir Ariel si él en ese momento no veía el problema. "No papá, el tío te está mintiendo".
-Vos venías de investigar largamente temas de narcotráfico. ¿Qué lectura tenías de cómo la estructura del narcotráfico impacta en los pibes chicos y qué relectura hacés a partir de lo de tu hijo?
-Lo primero que uno piensa es que la carne de cañón de los mercaderes de la muerte son los pibes de las clases humildes. Los pibes chorros. Los pibes transas. Ese es el primer prejuicio. Entonces es pensar "mi hijo no puede formar parte de ese universo". Además, Ariel es un encantador de serpientes. Tiene un discurso muy bien armado. Y yo, seducido por todo eso y con mi propia construcción de prejuicios decía, "esto es imposible. Error". Y probablemente esa construcción cultural que tienen nuestros hijos les da un hándicap que los otros pibes no tienen para disfrazar mucho más fácilmente el problema que tienen. El pibe que vive en una villa y no tiene ninguna manera de zafar a esa mierda, queda mucho más en evidencia ante la sociedad y ante la familia de su incapacidad para controlar el consumo de drogas que el pibe que tiene otra preparación. Están más preparados para entender cómo tienen que jugar para seguir pareciendo el buen pibe, la buena piba de familia. El problema es cuando se les va de las manos. El consumo empieza a ser problemático en el momento en que pierden el control y esa coraza o máscara que se arman se empieza a resquebrajar.
-¿Cuáles fueron en Ariel los primeros síntomas de ese resquebrajamiento?
-Pensá que Ariel tenía 15 años y las primeras manifestaciones surgen en la escolarización. Empieza a hacer agua con los mínimos deberes que tiene que cumplir un pibe a esa edad de una familia como la nuestra. "No hace falta que labures, yo te banco para que estudies". Pero hace agua. Después se traslada a su imagen personal. Ariel nunca fue un pituco pero te empezabas a dar cuenta de que ni su higiene personal ni la de su habitación respondían a ciertas pautas. Era encontrar comida de dos días debajo de la cama. Y se empieza a mostrar como vulnerable. Y ahí es donde me valgo de los contactos de la profesión para indagar un poco más. Y me di cuenta de que estaba metido en un tremendo quilombo. Ariel se había llegado a transformar en una suerte de trafi-adicto. Los pibes que para conseguir falopa para ellos trasladan paquetes de un lado a otro. Y cuando le muestro a Ariel lo que había investigado, se asusta y se quiebra. Y me dice: "ayudame". Un gran amigo periodista me dio una tarjeta con el nombre de Alejandro, que es con quien llegamos al primer tratamiento en un lugar ambulatorio muy intensivo. Cuyo principal requisito era que se podía hacer, siempre que Ariel tuviera garantizado en su círculo cercano gente que lo pudiera acompañar. Que implicaba no dejarlo nunca solo, participar de todas las reuniones que convocara ese ámbito terapéutico para quienes lo rodeábamos. Era mi carrera o mi pibe. Y no lo dudé. Era postergar las cosas que tal vez debí haber postergado antes. Yo ya no podía decir "no pasa nada".
-El mismo Ariel reconoce en el libro que ese tratamiento fue un "como si"...
-Durante el primer tramo, Ariel asumió la responsabilidad de ser un adicto en tratamiento pero en cuanto le agarró la mecánica, se transformó en un paciente crónico que se aprovechaba de esa cronicidad para violar todas las reglas sin que nadie se diera cuenta. Llegó a tomar merca en el baño inclusive en ese centro. Ahí conocí hijos que venían con sus padres, hermanos, esposas que llegaban con sus maridos y viceversa. Es decir, conscientes de que la única forma de recuperación era que la gente del entorno afectivo amoroso pueda contenerlo y ayudarlo a salir de esa situación. Solo nunca podés. Es verso eso de que la terapia individual te va a salvar. Porque el primer problema de un adicto es que no habla. Si no hay palabra, un tratamiento psicoterapéutico individual no puede resolver o si la palabra es de cartón, si el adicto miente, el terapeuta no puede actuar porque no tiene el principal insumo que es la narración de lo que le ocurre a su paciente. Estos dispositivos rodean al adicto. Y él puede decir una cosa en su grupo pero es confrontado con lo que contó su entorno afectivo en los otros espacios. Espacios que, por otro lado, significan –cuando recién llegás- verte cara a cara con el padre de un adicto que ya tiene seis meses o un año de tratamiento y si tenés capacidad de abrir la mente, podés ver que hay un agujero por donde se filtra la luz.
-Ustedes llegan a un libro que se llama justamente "Familia adicta". ¿Qué esconde ese título?
-Cuando escribimos el libro y pensamos en el título, tratamos de buscar un contraste muy fuerte entre lo que es la imagen cándida y tierna de un padre con su hijo cuando era bebé, como la foto de la tapa y la crudeza de lo que tenés que asumir si algún día te proponés en serio hablar de esta temática. Y es que no hay una persona adicta sino un entorno que lo hace propenso a eso. Y cuando digo eso, no me refiero necesariamente a un entorno de personas que consumen drogas. Porque la adicción, contrariamente a lo que muchos creen, no necesariamente tiene que ver con el consumo de drogas. Podés ser adicto y no haber probado en tu vida un cigarrillo de marihuana o una línea de cocaína. El consumo de sustancias es parte de una adicción pero no necesariamente tiene que estar presente. La adicción muchas veces te rodea cuando estás tan metido en tu mundo que no ves lo que pasa en tu propia familia. Y se genera todo un entorno que, en muchos casos, colabora para que una personalidad adictiva como la de mi hijo, como la de tantos chicos, termine encontrando en la droga, en esa necesidad de desconectarse de la realidad, un camino de supuesta salida. Porque el hipersensible es la persona que no puede enfrentar las frustraciones cotidianas. Y eso fue lo que nos llevó a pensar en poner al adicto en un contexto necesario e imprescindible. Y en el caso de un pibe como Ariel el contexto para que se desarrolle la adicción era la familia. Porque hay infinidad de pibes que se fuman un porro y no necesariamente tienen un problema. Pero si está la base de todo esto, sumado a la predisposición de una personalidad adictiva, es muy probable que ese palito sea el inicio de una trampa en la que terminen cayendo.
-Todo esto ¿cambió en algo tu mirada sobre las estructuras de narcotráfico en Argentina?
-Siempre supuse que nosotros teníamos como comunicadores algo que hacer respecto de lo que pasa en nuestro país y en el mundo con este tema. Y en algunos casos pude confirmar que las supuestas instituciones que luchan contra el narcotráfico no son tales. Y, en todo caso, son parte de la gran escenografía que montan para justificar los millonarios presupuestos que destinan a un combate que nunca sirve para lo que dicen que sirve. Entonces lo primero que a mí me pasó con esto es que yo viví en carne propia lo que es la connivencia policial con el narcotráfico. Una cosa es contarla y otra es vivirla. Mi hijo, uno de los lugares donde se la pegó, es un boliche que hoy sigue abierto en Avellaneda. Y yo iba a gritarle al comisario de la 1° o al intendente: "che, maestro, están vendiendo falopa acá. Mi hijo se la pegó ahí adentro". Y era decirte "bueno, déjeme ver, déjeme ver…" y te dabas cuenta de que no hacían nada y después me tiroteaban la puerta de casa, por ejemplo. O le hacían lo mismo a los vecinos de a la vuelta de esta gente que se la pasaba denunciando lo mismo. Que les tajeaban las cubiertas de los autos. Entonces vos decís: no es mentira que denunciar a los tipos que venden falopa ante la policía termina siendo un boomerang porque la policía trabaja con ellos. Y todo esto hace unos meses estalló con la departamental Avellaneda-Lanús, de la connivencia entre narcos y policías que estaban en la rosca. Lo primero que me pasó entonces con esta experiencia es que confirmé en carne propia que el poder policial y político es connivente con los narcos en detrimento de una sociedad a la que dicen que van a proteger. Y después, que no está mal mirar el contexto.
El Estado y la salud
-¿Qué aprendiste sobre el sistema de salud?
-Lamentablemente el sistema de salud en relación a los adictos es altamente deficitario. La salud es una de las aristas de este tema. No es la única. Porque además hay toda una cuestión social. Pero si específicamente abordamos cómo se plantea el tema de las adicciones en el sistema de salud, no hay una adecuada prevención. Una vez que el problema ya está, si no tenés cobertura, los tratamientos son inaccesibles. Por otro lado, la Sedronar es un sello. En algún momento se la desmanteló porque se pensó que había un nido de corrupción con el tema de los precursores químicos y se le sacó toda la parte de lucha contra el narcotráfico. Y ¿quién lo agarró? Seguridad. Se le dio a Patricia Bullrich para que hiciera lo que hizo: transformar el problema de la droga en la persecución, el decomiso, la detención y el dinamitado de búnker de bandas que venden falopa. Y ése no es el problema: porque vos dinamitás este bunker y aparece otro y otro y cuando dinamitaste todos los bunker aparecen los delivery de drogas que te la llevan a tu casa. El problema no es ése sino resolver la base. Entonces si el Estado no da ni un planteo preventivo ni asistencial el sistema de salud claramente está dejando un agujero así de grande por el que se cuelan la salud y la vida de nuestros pibes.
Legalización
Para Mauro Federico resulta "inconcebible" que "el Estado transforme a los chicos que tienen problemas de sustancias en delincuentes. Hoy en nuestro país sigue habiendo causas abiertas y procesos que se inician ahora por la detención de una persona que tiene en su poder una cantidad de sustancia incompatible con la idea de que se comercialice. Con lo cual lo primero que hay que decir es que hay despenalizar el consumo de sustancias. Pero para despenalizarlo, hay que enmarcarlo en un contexto de sociedad diferente".
El primer paso –asegura- es "empezar a transitar hacia un debate por la legalización, que nos permita llegar de manera más adecuada a esa instancia. De lo contrario podría ser muy peligroso porque los niveles de connivencia policial y política con el narcotráfico te garantizan que ese negocio hoy en manos de tipos que operan en la ilegalidad van a ser los mismos que operen cuando sea legal. Sería muy peligroso sin reales organismos de control. En la Sedronar hubo gente que cobraba a los narcotraficantes para habilitar lugares en donde importar efedrina. Si esos tipos están, es muy difícil que el Estado pueda cuidar a la sociedad para que después se haga con eso un mercado de la muerte".
El planteo del autor de libros como "País narco" o "Mi sangre" analiza que no se trata de "demonizar una sustancia. La marihuana o la planta no es el enemigo. El enemigo es la soledad. La mentira. La falta de contención. Con los que tenemos que combatir cuerpo a cuerpo. Nosotros como padres. Pero desde lo social, la falta de posibilidades para nuestros hijos y la existencia de una sociedad que cierra las puertas a los chicos que quieren conseguir un laburo. Todas esas circunstancias –algunas dependen más de nosotros, otras del contexto político- son las que prohíjan una sociedad adicta. La sustancia no es la culpable. Si no vamos a tirar todas las balas a las personas que tienen una planta o que comercializan una sustancia y no sobre los que tienen la responsabilidad de que exista esa realidad".
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