por Matías Monterubbianesi
Las redes sociales aparecieron hace 10 años y su implementación no solo cambió la manera de comunicarnos, sino también la forma en la que nos percibimos a nosotros mismos. Mientras que es de conceso común creer que cada uno es “dueño de su propio Gran Hermano”, por detrás se esconde una crisis existencial que nos conduce a colmar ese vacío inabarcable con poses y emociones fingidas de nuestras vivencias, como el resultado de una de las paradoja de nuestro tiempo: cuanto más visibles queremos ser, más invisibles somos.
Probablemente cuando Herbert G. Wells escribió El hombre invisible jamás pensó que su obra de ciencia ficción acabaría siendo menos aterradora que la realidad. El autor británico sostuvo en su tiempo, precisamente en la era victoriana, una mirada recelosa sobre el culto al avance tecno-científico, ya que éste –de no medir las consecuencias- bien podría emplearse con fines personales o en beneficio de un grupo privilegiado; dejando el problema esencial en el olvido. Un problema que atañe incluso a nuestro tiempo: la deshumanización de la vida del hombre.
Wells señaló los peligros a los que se someten los valores humanos al verse reemplazados por la devoción tecnológica, y por ello nos narra el caso del científico Griffin, protagonista de la historia, que en su afán por alcanzar un logro académico que le inmortalizara, culminó enfrascándose en la tarea de crear al humanoide definitivo, es decir, un ser humano invisible.
A pesar de que el autor ensayó una mirada crítica que profetizó los horrores que podrían sobrevenir, el hombre de hoy, es decir el hombre de carne y hueso con un celular en la mano y no un humanoide invisible, ha superado con creces su profecía tecno-científica-pesimista, ya que en la actualidad el individuo no necesita ser invisible para serlo, dando lugar a una creación más aterradora: el hombre (in)visible de las redes sociales.
Este modelo humano se caracteriza por estar atravesado mediante una paradoja que tiene como causa una crisis de índole existencial: quiere hacerse ver para verse satisfecho con su vida, pero al hacerlo, se masifica perdiendo toda individualidad y deviene un producto íntegramente manufacturado por la cultura.
Es por ello que nuestro tiempo requiere de una reflexión con el fin de reparar en la situación que nos hallamos, debido a que la actividad diaria del hombre que-desea-ser-visto ya ha sido verificada con datos concluyentes, como los que evidencian que en Argentina el 78% de la población tiene acceso a Internet y el 76% de ese total son usuarios activos de redes sociales (34 millones de personas).
Estos no son meros números, sino más bien evidencian lo siguiente: el hombre (in)visible se relaciona con la realidad virtual –que no necesariamente es la realidad que está allí afuera- de manera periódica, más aún si se tiene en cuenta que el 66% de la población tiene acceso a este espacio cibernético de las apariencias desde los teléfonos móviles, lo que nos habla de una cultura de la visualización que presenta las consecuentes características: la hipertrofia del yo producto de la era narcisista por antonomasia, que se traduce en una carrera desenfrenada por mostrar quién soy y de dar a conocer mi vida como yo deseo; intención que termina perdiéndose en el límite inconscientemente difuso -pero a su vez más preciso- de mostrar mi vida como yo desearía que fuera.
Sin embargo, detrás del velo de la ilusión tecnológica, se esconde un dispositivo de control latente que desemboca en un contrasentido propio del siglo XXI, y que se potencia con el desarrollo de los celulares y las redes: el hombre, en lugar de vivir plenamente su existencia (enfatizando así su individualidad), actúa acorde a las normas establecidas por un conceso impersonal-general en un mundo aparente en tanto hombre masificado. Un hombre que no es él, ya que persigue los mismos fines que cualquier otro ejemplar al verse motivado por idénticos deseos y anhelando tener cierta vida en lugar de ser.
De manera que, y Wells jamás lo sabrá, no fue necesario que el avance tecnológico alcanzara la posibilidad de crear al hombre invisible a la manera de Griffin, sino que tan solo fue preciso que se crearan dispositivos para la comunicación, y que posteriormente se desarrollara un mundo cibernético de las apariencias que seduce al hombre y culmina arrojándolo al grado más elevado de la alienación: la alienación del ser.
Cuando hubimos de creer que íbamos a poder mostrarle al mundo nuestro propio Gran Hermano, nos vimos atrapados en un Gran Hermano Mayor, dónde el hombre ansía imperiosamente hacerse visible, pero se vuelve no solo invisible para los otros, sino invisible para sí mismo.
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