Ciudad de México, 28 de febrero de 2020.
Aplicar rayos ultravioleta y altas temperaturas a los billetes fueron algunas de las acciones que el gobierno de China decidió llevar a cabo, a mediados de febrero, para evitar la propagación del coronavirus (COVID-19) en esa nación. Sin embargo, la afectación al dinero físico es una cuestión de menor relevancia, sobre todo si consideramos que la epidemia surgida, a finales de 2019, en la ciudad de Wuhan, ha impactado algo todavía más sensible: las cadenas de suministro.
De acuerdo con el Banco Mundial, una cadena de suministro o productiva “es un sistema de recursos, organizaciones, personas, tecnologías, actividades e información involucrados en el acto de transportar bienes del productor al consumidor y usuario”.
Aunque todavía no se tienen los datos que muestran el impacto real del COVID-19 en los procesos productivos de China (será para marzo cuando el efecto en los flujos comerciales se hará más evidente, debido a los plazos típicos de abastecimiento, que van de dos a tres meses entre la entrega y la compra), las estimaciones de la firma de inteligencia de mercados IHS Markit advierten una contracción en el índice de manufactura china, en enero de 2020, por debajo de los 50 puntos de referencia[1].
Esta situación, se prevé, no solo traerá problemas para la producción y economía chinas, sino para los procesos productivos globales, debido a la interconexión de las industrias de todo el mundo y al importante papel que ocupa el gigante asiático en la producción manufacturera.
China es, actualmente, la segunda mayor economía del mundo, después de los Estados Unidos. Desde el punto de vista del mercado, ocupa un papel preponderante, debido a sus altos niveles de consumo (gran parte de las exportaciones automotrices de muchos países se dirigen hacia esa nación). Bajo la óptica de la producción, es el principal exportador de mercancías (2,490 millones de dólares, en 2018), de las cuales, 93.6% corresponden a la industria de la manufactura, según datos del Banco Mundial.
Ahora bien, de manera específica, ¿cómo ha impactado el COVID-19 a la industria manufacturera china? En Deloitte, consideramos que la principal afectación ha sido que, debido a las medidas de contención de la enfermedad en ese país, la gente ha dejado de asistir a sus lugares de trabajo, por lo tanto, los procesos productivos se ven mermados, desde las compras de insumos a proveedores hasta las ventas de los productos.
Al mismo tiempo, si la producción baja durante la epidemia, los niveles de inventarios también, y, posterior a la situación de alerta sanitaria, esto puede derivar en otro problema: un incremento repentino y masivo en la demanda de mercancías. De modo que, si no se cuenta con un “inventario inteligente” o una planeación que haya permitido tener un “sobre-stock”, se correrá el riesgo de no poder satisfacer las necesidades de los clientes.
Pero no todo el sector de la manufactura ha resentido los mismos efectos. En algunos casos, la alta automatización ha permitido a ciertas compañías tener una menor dependencia al capital humano durante sus procesos de producción. En cambio, para aquellas empresas donde la intervención manual es más imprescindible, el impacto de no contar con suficiente personal es mayor.
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