Carlos Manuel Núñez agradece todos los días que vive solo. De lo contrario, sería muy difícil para él mantener a una familia en medio de la crisis económica que enfrenta y que lo obliga a ofrecerse para limpiar los patios en las casas cercanas y recibir a cambio algunos productos de comida en Valencia.
Él vive en el barrio El Impacto, al sur de Valencia, y su historia no es inédita. Se repite en la mayoría de los habitantes de la zona que hacen cualquier cosa para llevar la comida a sus hogares.
Aunque nadie depende de él no es fácil lograr alimentarse bien. “También limpio calderos y todo lo que necesite la gente para que me den un kilo de harina o de arroz. Lo que cada quien pueda”.
Adicionalmente, trabaja a diario como caletero en el mercado popular, ubicado en la vía El Paíto, en Valencia. Va y viene toda la mañana cargando mercancía de un negocio a otro y por eso le pagan cinco dólares a la semana.
“Por eso en las tardes camino preguntando si alguien necesita la limpieza de algo, para poder aguantar hasta que me pagan y así comprar algo más de comida, porque esos cinco dólares no alcanzan ni para mí solo”.
En las comunidades del sur de Valencia las fallas con el despacho de las bolsas de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP) siempre han sido reiterativas. “Tiene tiempo que no llega”, aseguró Carlos Manuel, y cuando la recibe, además de buscar la manera de pagarla, son productos que no le rinden ni dos semanas.
En El Impacto, así como en la mayoría de los barrios de la zona del sur de Valencia, las precariedades de los servicios públicos son agudas. El suministro del agua es uno de los que más falla. Solo en las madrugadas sale algo por las tuberías pero en cantidades mínimas.
“Hay casas en las que no llega nada y hay otras en las que tenemos que trasnocharnos para llenar a menos un tobito”, dijo mientras caminaba empujando una carretilla con un tobo para cargarlo de agua en casa de un vecino.
Ya tiene dos semanas en esa dinámica. “Voy a donde el señor Ramón que tiene un pozo y él, sin problema alguno, nos regala agua a todos”. Eso es lo que usa para bañarse, fregar, limpiar y lavar. Pero, por las condiciones en las que llega el agua a Valencia, no se atreve a tomársela.
“Viene muy amarilla y sucia”. Es así como tiene que pagar cien mil bolívares por un botellón de agua potable que le dura una semana. Es el equivalente a 3,1 centavos de dólar pero que para Carlos Manuel suman en su lucha por sobrevivir.
El servicio del aseo simplemente no funciona en la zona del sur de Valencia. “Hace años que no pasa por aquí”, por lo que deben llevar sus desperdicios a la avenida principal que es el único lugar donde el camón hace el recorrido. “No tenemos más opción, eso ensucia las calles pero tampoco podemos comernos la basura”.