Una vez que Buba Weisz Sajovits y su hermana, Icu, llegaron a Veracruz en 1946, su hermana más grande, Bonita, las estaba esperando junto al muelle.
De esta forma que Buba —su nombre de pila es Miriam, sin embargo continuamente la han denominado por su apodo— vivió viendo hacia adelante.
Solo había un recordatorio del pasado que Buba no podía borrar, debido a que estaba grabado en tinta persistente en la parte interna de su antebrazo izquierdo: A-11147. Décadas luego, una vez que ya poseía bastante más de 60 años, tomó la decisión de dedicarse a la pintura y rápido las imágenes de su pasado cobraron más fuerza.
Entendemos que 1,3 millones de individuos, de quienes una abrumadora mayor parte eran judías, fueron esclavizadas por los nazis en Auschwitz y 1,1 millones de ellas fueron asesinadas, casi cada una de en cámaras de gas. Poseemos una cantidad enorme de testimonios de sobrevivientes y liberadores del campo de concentración, porciones inmensas de pruebas documentales y fotográficas, la autobiografía y el testimonio jurada firmada de su comandante.
Tienen la posibilidad de hacer que Auschwitz parezca menos, no más, real.
Una vez que Buba inició a pintar, “no podía dibujar un círculo”, rememoró su hija Mónica.
El 31 de mayo de 1944, ella, junto con Icu (que se pronuncia Itzu), sus papás, Bernard y Lotte, así como lo demás poblacional judía fueron deportados a Auschwitz en vagones de ganado, un viaje de humillación y apetito que duró 5 días. Buba, quien poseía 18 años en aquel instante, vio a sus papás por última vez en la noche que llegaron al campo, una vez que su papá se salió de la fila para entregarles a sus hijas sus diplomas de bachillerato.
A Buba se le designó un trabajo de fábrica. La anciana le quitó la ropa a Buba con brusquedad y la empujó a los brazos de un hombre que la estaba esperando.
“Reuní toda la fuerza que poseía y corrí”, narró.
Sin embargo en 2002, Buba pintó la escena y por medio de su pintura pude entrever un destello de lo cual significa ser el individuo más vulnerable de todo el mundo.
A los 14 años, Buba se juntó a una protesta estudiantil contra el decreto alemán que ordenaba que Rumanía le entregara Transilvania a Hungría.
Parece apropiado que uno de los primeros oficiales alemanes que Buba rememora haber observado en el campo fuera Josef Mengele. “Con una postura más a tono para una ópera”, rememora; tarareaba la canción del Danubio azul a medida que les señalaba a los prisioneros en qué fila formarse.
En una entrevista que Buba entregó en 2017 al Museo De Estados Unidos Conmemorativo del Holocausto, relató su otro encuentro con el infame médico: “Teníamos que ir —no sé si era un consultorio o un hospital— donde trabajaba Mengele.
Buba además pintó esto y escogió, en sus propias palabras, “colores fríos”. A pesar de su gran escala, la más grande maldad de Auschwitz finalmente radicaba en el realizado de que el homicidio y la tortura eran clínicos, algo que yo no comprendía completamente hasta que vi la pintura de Buba.
9 días anterior a que la fuerza armada Rojo liberara a los cautivos de Auschwitz, Buba y su hermana han estado entre los 56.000 prisioneros que fueron forzados a marchar 56 kilómetros en pleno invierno.
Ni una pintura de Buba me sigue más que en la que surge ella misma, con la cabeza entre sus brazos escuálidos, el alambre de púas todavía ante ella, la chimenea, todavía ardiendo detrás de ella, no bastante lejos.
“Me pregunté qué debía hacer con la independencia que acababan de otorgarme”, pensó Buba.
Buba abandonó de pintar hace unos años. Ahora tiene 95 años, una de solo cerca de 2000 sobrevivientes de Auschwitz que siguen con vida.