Siempre se ha criticado a la filosofía su falta de compromiso efectivo con los problemas reales de la sociedad. Con toda razón. Más aún, el compromiso oportunista de algunos filósofos con las ideologías imperantes ha servido no pocas veces de disculpa para mantener la 'genuina' reflexión filosófica en la neutralidad aparente de la dimensión teórica. Esta actitud ascética viene, sin embargo, muy bien a un positivismo científico, cada vez más instalado en Latinoamérica, fácilmente instrumentalizable por la burocracia política, y de hecho manipulado en sociedades donde la crítica se relega al ostracismo y se califica de subversiva. El atreverse a reflexionar en un país donde la filosofía es o lujo de unos pocos o instrumento teórico de distracción especulativa, es por lo menos un fenómeno curioso o un desafío. La filosofía ha pretendido siempre ser una respuesta a los problemas del hombre en sociedad. No siempre lo ha logrado, y la causa principal de su fracaso ha sido el pretender dar una respuesta desde un nivel tan abstracto, que los problemas reales de la sociedad se le han escapado.
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