En la escena filosófica hispanoparlante, sin duda Guillermo Hoyos Vásquez ha sido uno de los pensadores colombianos con mayor reconocimiento nacional e internacional. A través de sus cálidos seminarios filosóficos en la Universidad Nacional de Colombia y la Pontificia Universidad Javeriana, sus brillantes exposiciones en foros académicos del país y del extranjero, sus siempre informados y profundos textos, contribuyó como pocos a la formación filosófica y humanística de varias generaciones de estudiantes colombianos y latinoamericanos, influencia que, a través de sus escritos y de sus discípulos, sin duda perdurará en el futuro. Además, por medio de la labor que desempeñó en el Consejo Nacional de Acreditación y en otras instituciones públicas y privadas, de su participación en redes investigativas como la de educación en valores de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y la de filosofía política del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), y de sus constantes intervenciones en defensa de la libertad y la justicia en la sociedad colombiana, fue artífice de una conciencia crítica en el país, condición indispensable, según él mismo señalaba, para que edifiquemos una genuina democracia.
Estas entrevistas, realizadas en el momento en que Hoyos estaba culminando su fructífero magisterio en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia, dejan por fuera su última etapa en la Universidad Javeriana, no menos brillante. Al frente del Instituto Pensar y, en los últimos años, del Instituto de Bioética de dicha universidad, imprimió un sello propio en esos dos centros de estudio e investigación, pero no porque acaparase la orientación doctrinal y disciplinaria de sus actividades, sino porque propició el despliegue pluralista de múltiples discursos académicos y sociales, como los estudios culturales, los estudios de género, la bioética sin ataduras cientificistas ni confesionales.
"Pensar en público", como espacio de diálogo abierto que él mismo diseñó para dar cabida a diversas expresiones disciplinarias, ideológicas y culturales, bien podría servir de divisa de lo que durante toda su trayectoria fue su quehacer filosófico de cara a la ciudadanía. Como en los últimos años gustaba repetir con J. Habermas, en las democracias no son los gobernantes, pero tampoco los científicos ni los filósofos, es la sociedad civil, son los movimientos sociales, son los ciudadanos unidos por una comunicación permeable al disenso y a las diferencias, los que tienen la última palabra. Potenciando las enseñanzas de I. Kant, para Hoyos filosofar entre nosotros no podía ser otra cosa que ejercer "el uso público de la razón".
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