A las 7 de la mañana de cualquier frío lunes,la representante de la cuarta generación de cereros de la familia Ortiz pone a calentar la cera en un taller de más de 130 años.Cada gota de cera,en el suelo de cemento de la calle de laPaloma,5,tiene una historia.Antes eran historias de necesidad y de guerra,las velas como bien para iluminar las casas;después fueron hitorias religiosas,cirios para las principales igliesas de la ciudad;hoy son secundarias,elementos ornamentales. "Me he tenido que transformar y la mayoría de los encargos son publicitarios porque las velas ya no son un bien necesario", dice Yolanda Florín.in embargo, ni su negocio ni los viejos oficios parecen tener futuro en la ciudad de Madrid, al menos no la cerería Ortiz. "Esto muere conmigo", responde Yolanda de manera muy clara. El testigo lo recoge dos calles más allá Julio Rodríguez. "La artesanía está muerta" comenta con una piel de cabra a medio cortar. Es un botero indomable que, desde pequeño y de manera premonitoria, ya le decía a su abuelo que "eso estaba acabado".Sin embargo,a la v uelta de la mili se encontró con un futuro incierto pero con un conocimiento valeroso:el de confeccionar botas artesanas.Y ahí se quedó.
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