La obra ganadora titula “Un rincón de Don Osvaldo” de Rosmery Mamani (La Paz-Bolivia), obra mixta donde resalta el uso del pastel. Sus dimensiones: 80 x 60 cm. Fue realizada entre el 3 y el 4 de febrero, en Villa Recreo (Tarata). El motivo: un lavamanos en la entrada al baño de una de las casas diseñadas y dirigidas en su construcción por Osvaldo Sánchez T. El jurado: tres artistas plásticos reconocidos a nivel nacional e internacional: Renato Estrada, Juan Terrazas, Fernando Ugalde y dos miembros de la familia.
Luego de una rigurosa selección entre más de 100 obras pictóricas (la mitad de ellas realizadas en Taller y la otra mitad en Villa Recreo, sus alrededores y Tarata), fue elegida la obra señalada.
La obra “Un rincón de Don Osvaldo” se trata, pará mí, de un desafiante retorno a la figuración. A la valoración del objeto o de los objetos de uso cotidiano en su materialización real. Esta obra no da la posibilidad de una interpretación; cuanto más podría hacerse de ella es una descripción. La obra no explica nada; no tiene un sentido predeterminado u oculto que quisiera connotar. Una primera mirada da la sensación de no producir ninguna reacción estética; destaca por su impersonalidad: la reproducción de un conjunto de objetos que no produce “nada” o que produce “algo”, como aquello que genera la mirada hacia cualquier objeto o rincón cotidiano. Y esa es su virtud; el cuadro “muestra lo que es”; da cuenta del mundo real. Más, no es un doble, una imagen espejual, ni una réplica de la “cosa” real (un lavamanos en la entrada de un baño); es señal de “algo” más: es una verdadera y nueva presentación ya que, si bien podría decirse prosaicamente que se trata de una suerte de “copia exacta”, no lo es, ya que la artista convierte un objeto tridimensional dentro de una casa, en una obra bidimensional que impacta al observador al mirar una imagen que tiene profundidad volumétrica tridimensional. La inmediatez con la “cosa” es tal, que adquiere un dramatismo con la limpieza de los trazos y en los detalles realistas como las manchas de suciedad del lavamanos (que uno quisiera limpiarlos) que contrasta, por ejemplo, con la brillantez límpida de la botija de jabón para manos o, de los grifos.
Hago mi lectura. El principio de composición es en su apariencia simple. Se trata, como se dijo, de un rincón de una de las casas construidas en todos sus detalles por el artista Osvaldo Sánchez Terrazas donde ubicó un lavamanos blanco de fierro galvanizado, “antiguo” –por las marcas de uso–, con dos grifos distintos; se trata, por tanto, de un conjunto de objetos industriales reciclados. Encima del lavamanos, se halla una botija de jabón líquido para manos, comprada (de manera aleatoria) en algún supermercado los días previos al Concurso. El lavamanos, de forma ovalada y cóncava, se halla rodeado de mosaicos planos y cuadrados de cerámica rústica industrial aunque con características de ser “viejo”. Sobre la pared del frente, aparece una parte del marco de madera de un espejo en el que apenas se nota la imagen sugerida de la artista pintando. Ella es parte del cuadro; se duplica.
¿Qué impacta de esta obra al ser observada? No existe florilegio ni barroquismo; no existe metáfora. Las formas de los objetos son claras, no da lugar a ninguna confusión: cualquiera puede reconocerlas, señalarlas, nombrarlas. Destaca por su carácter minimal, lenguaje plástico desplegado desde la década de 1960 y 1970 –y que en la actualidad tiene su retorno– por artistas estadounidenses como Andy Warhol, Tom Wasselman y otros, y que fue constituida como una poderosa crítica a la noción tradicional de arte como representación de lo valioso y distintivo. Más aún: el minimalismo se planteó como reflexión sobre el lenguaje al eliminar todo aquello que consideraba “ruidoso” al focalizar la mirada (reducción) sobre aquello que podría considerarse no significativo. Para añadidura, como lo enfatiza el Historiador del Arte Jaume Vidal Olivares, “el minimal nos enseña a mirar”. Y este no es un asunto menor, ya que los objetos más insignificantes, los lugares más recónditos, aquellos que hacen a la cotidianidad, a lo descartado, lo efímero de nuestras relaciones con los objetos y las cosas, adquieren un nuevo y renovado sentido en estos nuevos lenguajes plásticos contemporáneos en los que las resoluciones formales, de color, volumen, contraste, no cargan ningún contenido implícito; son como son y nada más. De ahí que cada objeto (y cada obra de arte) puede ser visto por cada persona a partir de su propio relacionamiento con la materialidad impersonalizada que presenta ese objeto. En ese sentido, la obra de Rosmery no es una “naturaleza muerta”, pese a ser entidades inanimadas lo que pinta. Al ser objetos industriales producidos masivamente y para uso impersonal –en el sentido que no tienen ningún estatus valorativo ni de clase ni étnico (son producidos masivamente)– su impacto no está en el sentido que transmite, sino en la proximidad con que se nos presenta. El arte ya no se da por alejamiento; sino por cercanía.
¿Cuál es esa proximidad que me produjo? A nivel de relaciones significativas es posible asociarlas a una finita cadena de relaciones no formalmente sistematizadas y que adquieren significación en su materialidad inmaterializada y que se asocia a la obra arquitectónica realizada por el artista Osvaldo Sánchez T. que podría ser “entendida” como una suerte de “instalación aleatoria” aunque reflexionada, llevada al extremo por la sensibilidad contemporánea de Rosmery Mamani. La reducción amplificada podría ser asociada a significaciones imaginarias actuales y que podrían emerger en su inicio como pares de oposición y que en una lectura superficial, aparecen presentizadas en la pintura: lo antiguo/lo moderno, lo artesanal/lo industrial, lo patrimonializable/lo desechable, lo higiénico/lo sucio, lo circular/lo cuadrado, la redondez/lo puntiagudo, lo blanco/lo rojizo, lo opaco/lo brillante, lo áspero/lo pulido, etc. (aunque no se reducen ni mucho menos a estas dualidades formales simples en un cuadro que no debe ser comprendido por su formalización).
Finalmente: todas esas multi-significancias de lo real, son materializadas por la artista en su obra/presentación (no es nunca una representación ni una imagen de la “cosa”), remitiendo de manera magistral a otra oposición/complementación entre: el que creó el objeto “real” y ella, la creadora del objeto pictórico: el primer creador aparece como certificación en el título del cuadro: “Un rincón de Don Osvaldo” y, de manera sutil, Ella: la misma Rosmery, como silueta recortada en el espejo de la pintura donde asoma su brazo/instrumento realizando su obra. La obra y el objeto, aparentemente despersonalizados, ahora se personalizan (ambos tienen autoría) en una suerte de doblez artística no intencionada (¿o sí?).
Desde entonces, más allá de sus creadores, ambas obras de arte deberán aprender a con-vivir en su unicidad pues una y otra, ahora, se anticipan.
Para concluir: no soy un experto en el arte de la pintura y mucho menos un Crítico de arte. Más, siempre estuve en relación con la pintura (y la escultura) a través de la palabra y de la creación de mi padre. De él aprendí que la imagen mental es distinta a la imagen “real”; no es un simil, una representación, reflejo, ni copia; ni siquiera un antecedente. Y ahí estaba su lucha cotidiana: como resolver ese su “bullir mental” que estaba asociado a la creación pura a través de manejo del volumen, el espacio, la forma, el color, la luz…, y como expresarla formalmente a través del lenguaje plástico mediatizado por un instrumento que es la mano. De la obra de Rosmery podría decirse lo mismo.
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