El 2017 como cada año desde hace 23 se realiza la Conferencia Global de Naciones Unidas sobre cambio climático (COP), ahora
en Bonn, Alemania. La tendencia se mantiene, pequeños pasos en cuestiones periféricas, pero grandes avances en el “negocio” del cambio climático.
Comenzó en los 90 tas. en Estados Unidos con falsas soluciones en gestión de desechos, creció con los bonos de carbón y demás mecanismos de flexibilización, y ha llegado hasta la geoingeniería que manipula el clima a nivel global, por ejemplo, instalando una gran nube volcánica artificial sobre el Ártico, inyectando sulfatos en la estratósfera o blanqueando nubes con miles de naves no tripuladas.
Estados Unidos (el país más contaminador del mundo) fue el único que se negó a firmar el Protocolo de Kioto en 1997. Su argumento fue que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) implicaba detener parte de su producción, con lo que perdería competitividad económica. Sin embargo, plantearon la posibilidad de firmarlo si se legalizaban los denominados mecanismos de flexibilización (bonos de carbón, REDD, entre otros). En 2012 en Cancún México, al final de la COP 16 se consumó el negocio, lograron la legalización de los mecanismos de flexibilización y enterraron el Protocolo de Kioto.
Después de 4 años con el clima a la deriva tenemos el Acuerdo de Paris sobre cambio climático (2016), donde se concluye la necesidad de limitar el aumento de la temperatura por debajo de 2 ºC, pero no se fija la obligatoriedad de reducir las emisiones de los GEI, medida fundamental para lograr el primer punto. Como de costumbre Estados Unidos es el único país que no ha firmado dicho Acuerdo, y su presidente niega la existencia del calentamiento global, pero al mismo tiempo su Congreso organiza una audiencia especial sobre geoingeniería (1).
Dentro de la geoingeniería hay decenas de proyectos escalofriantes como refiere Silvia Ribeiro (2): remover gases de la atmósfera, echando millones de toneladas de minerales y sustancias químicas en los mares; alterar el tiempo a nivel local, como siembra de nubes y manejo de huracanes. Las BECCS (bioenergía con captura y almacenamiento de carbono), son mega-plantaciones de árboles y cultivos, destinadas a ser quemadas para bioenergía y capturar su dióxido de carbono para almacenarlo en fondos geológicos, como pozos de petróleo usados. Esto proviene de la industria petrolera (Enhanced Oil Recovery) que es la que más han invertido en el denominado capitalismo verde.
Pretender manipular el clima es una arrogancia peligrosa, bloquear parte de la luz del sol sobre el Ártico tendría impactos devastadores en otras regiones, provocando sequías o inundaciones en África, Asia y América Latina, poniendo en riesgo las fuentes de agua y alimentos de millones de personas (3). Eso solo sirve para negocio de quien las instale, porque en nombre del combate al cambio climático, quitaran tierra a la producción de alimentos y al territorio de campesinos e indígenas y podrían conseguir subsidios y créditos de carbono, logrando ganancias adicionales al extraer más petróleo y que además les paguen por combatir el cambio climático que ellos mismos causaron.
Los gobiernos van de cumbre en cumbre y los pueblos de abismo en abismo. En el Acuerdo de Paris no aparecen las palabras campo, ni campesino, y es ahí donde están las verdaderas soluciones como la agroecología campesina, la permacultura, la restauración de ecosistemas desde las comunidades, el transporte público ecoeficiente, las energías pasivas y renovables y tantas otras.
Los acuerdos de fondo siempre han ido más lentos que el escalofriante avance del calentamiento global y los negocios. Las cosas están mal, pero estamos a tiempo para... que se pongan peor.
1. (https://tinyurl.com/y89 jyuzz)
2. (http://www.jornada.unam.mx/2017/11/25/opinion/023a1eco)
3. (https://tinyurl.com/yamamn6a).
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