Pablo Mansilla Salinas
En 1994, durante el periodo especial en Cuba, comenzaron a proliferar los huertos urbanos en los techos de La Habana. Cultivos de hortalizas y frutas fueron necesarios para paliar la más dura crisis que ese heroico pueblo enfrentó debido a la caída de los aliados socialistas y al bloqueo económico de Estados Unidos. Pero a 90 millas y 50 años de distancia, los propios estadounidenses utilizaron los huertos urbanos para salir de su crisis alimentaria después de la segunda guerra mundial. Estas son las diversas dimensiones de los huertos urbanos, en países ricos y pobres, entre viejos y niños, en el pasado y en el futuro.
La ONU dice que para avanzar hacia la erradicación del hambre en el mundo debemos pasar de una agricultura industrial a un modelo basado en el desarrollo rural y en el protagonismo de la agricultura ecológica local (1).
El huerto urbano es una forma de hacerse de alimento sano y de bajo costo, fomenta el cambio de hábitos, ahorra dinero, recupera conocimientos ancestrales, aumenta zonas verdes a la ciudad, promueve el reciclaje, reduce la huella ecológica y combate el cambio climático devolviendo la unidad con la naturaleza. Pero además tiene otras dimensiones como la económica al ser una alternativa en tiempo de crisis, la política al dotar de soberanía alimentaria, la urbana, como apropiación del territorio y la social, al recuperar el tejido social porque enseña a ser, a saber hacer y a saber convivir.
Mucha de la población que migró del campo a la ciudad hace décadas encuentra en ellos la manera de volver a sus orígenes aplicando conocimientos heredados por sus antecesores y esto les permite el encuentro con nuevas generaciones, sobretodo niños, que son los que más disfrutan de estos espacios. Otros más, descubren en el crecimiento de las plantas un ritmo de vida más tranquilo, que no corresponde con la acelerada sociedad contemporánea.
En Bolivia encontramos esfuerzos incipientes pero valiosos sobre el tema. Tanto el Estado como organizaciones de la sociedad civil han puesto en marcha diversos proyectos. Desde el 2013, con apoyo interinstitucional, el Ministerio de Desarrollo Productivo y Economía Plural, ha desarrollado el proyecto de huertos para zonas conurbadas de las grandes ciudades de Bolivia, logrando por ejemplo, construir casi mil carpas solares a la fecha en los barrios periféricos de la ciudad de Sucre. Cada carpa tiene entre 24 y 27 metros cuadrados y produce anualmente entre 500 y 550 kilos de un total de 20 especies. La ventaja es que la producción es intensiva por la condición de invernadero, por ejemplo la lechuga se cosecha hasta tres veces al año, el pimentón cinco a seis cosechas y la acelga hasta 12 veces. Dicha producción está destinada al consumo familiar e incluso para la venta. Existe una Asociación de Productores Urbanos de Sucre (APUS), que vende sus productos orgánicos a los restaurantes vegetarianos de la zona turística de la capital e incluso organizar visitas de turistas a los huertos que terminan en una rica y saludable degustación de sus productos. Esto representa otra entrada económica para las y los productores y otra dimensión más de los huertos.
Actualmente Cuba es el principal referente de huertos urbanos en el continente, a raíz de la necesidad han logrado transformar su paradigma de desarrollo alimentario y lo han vuelto sustentable y sostenible. Si los huertos urbanos y sus múltiples dimensiones pueden resolver las necesidades de una familia o de un pueblo, pueden alimentar el mundo.
(1) http://unctad.org/en/PublicationsLibrary/ditcted2012d3_en.pdf
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