Reportaje de Dámaso Alonso
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Reportaje de Dámaso Alonso

Honor a Dámaso Alonso

8 jun 2018

Dámaso Alonso (Madrid, 1898-1990) fue un estudiante brillante, aunque en la Universidad cambió de rumbo sorprendentemente: abandonó la carrera de Matemáticas que había empezado y se puso a estudiar Derecho y Filosofía y Letras con brillantez.

 

A los veintidós años quiso ver mundo y se marchó de profesor a Berlín, donde residió entre los años 1922 y 1923, años duros en los que la República de Weimar se tambalea, el marco baja y baja, y Georges Grosz dibuja esas caricaturas de lisiados de guerra, metáfora de la “gloria militar alemana”. A su vuelta, Dámaso Alonso fue uno de los principales impulsores del grupo del 27 aunque no simpatizaba en absoluto con las vanguardias. No tomó partido político claro durante la Segunda República y permaneció al margen también durante la Guerra Civil, aunque –y quizá por eso– tenía amigos en ambos bandos.

 

Al finalizar el cruento periodo bélico, Dámaso se dedicó plenamente a la enseñanza sin que la censura pudiera evitar que hablara a su alumnado siempre de sus poetas amigos del bando exiliado.  Su poemario más famoso, Hijos de la ira (1944), abre los ojos a muchos españoles acerca del desastre que acababan de vivir, y seguirá formando desde su cátedra a muchos profesores y profesoras que, desde orientaciones políticas diversas, le recuerdan como el profesor más humano y amable que tuvieron. De su poesía, podéis deteneros en las sensaciones de desesperación, rabia y horror expresadas en los poemas de Hijos de la ira, su poemario más importante; observad el aparente desorden y la libertad rítmica de sus versos, así como el cansancio ante un mundo que no le ofrecía respuestas.

 

No olvidéis anotar cómo su producción poética resultaba pequeña y marginal al lado de la de sus contemporáneos durante la época de la vanguardia que él mismo desdeñaba. Dice Dámaso Alonso que la poesía es “un fervor y una claridad” por comprender el mundo que nos rodea, y esa pasión es al mismo tiempo “religiosa y erótica”; a Dámaso Alonso no le gustan “los falsos poemas” con mucha palabrería pero que nada dicen: por eso dice que hay que mover a quien lee a “una conmoción de elementos de conciencia profunda” que “le abstraiga del mundo que le rodea, hacerle comprender bellamente el mundo, comprenderse a sí mismo y comprenderlo todo”. 

 

 

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