Escuelilla de vida 21/01/19
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Escuelilla de vida 21/01/19

Vivo o sobrevivo. ¿Nos dejamos enseñar por el Maestro o no tenemos tiempo?

Vicente Esplugues Ferrero, misionero de Verbum Dei | 23 ene 2019

VIVO O SOBREVIVO
Introducción. Es necesario aprender a vivir una espiritualidad para nuestros días, activar la mirada creyente sobre las circunstancias, para que el paso del tiempo no se nos quede en una especie de nebulosa, de sinsentido, de instantes inconexos, sino que estemos despiertos y atentos, para descubrir cómo lo divino se puede reconocer en medio de lo cotidiano y de lo real. Podemos tener una mirada plana sobre la realidad, en la que se suceden experiencias, se acumulan sensaciones, se agolpan pensamientos, pero que no nos desvelan ni un sentido, ni una dirección. Tenemos diariamente encuentros con personas, diálogos, emociones, pero que con la inmediatez que las vivimos, también las olvidamos. Vivir esperando que las novedades nos lleguen de fuera nos hace dependientes de lo externo, de las expectativas, de la ilusión que nos genera los planes que proyectamos. Pero es fácil reconocer la noria de sentimientos en la que vivimos muchos de nuestros días. Ilusión y decepción, expectativas y frustraciones, se suceden en una fatigosa secuencia que nos deja con cierta sospecha sobre la posibilidad de vivir en plenitud. La fe, la palabra de Dios, sigue afirmando que estamos llamados a vivir en plenitud. El paso de sobrevivir, a tener una vida en abundancia, pasa por aprender a tener una existencia acompañada por Cristo que nos enseña a vivir con Él todo lo que nos ocurre.
Lo que Dios nos dice. “El ladrón no viene más que a robar, matar y destrozar. Yo vine para que tengan vida, y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor: conozco a las mías y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas”. Jn 10,10-15.
La promesa es de vida en abundancia, no de pelearse por migajas de alegría o de felicidad, pero hay que aceptar que no somos nosotros la fuente de la vida, sino humildes receptores del que de verdad es la vida. Hay demasiadas razones para la alegría, para la esperanza como para pasar nuestros días en ambientes de mediocridad y de queja. Se nos invita a levantar la mirada y descubrir que nuestra vida está llena de tierra buena que está dispuesta a dar mucho fruto. La tierra buena de nuestra familia, de nuestros amigos, de los compañeros con los que trabajo, la comunidad de creyentes en la que vivo la fe.
“Jesús les dice: Mi sustento es hacer la voluntad del que me envió y concluir su obra. ¿No decís vosotros que faltan cuatro meses para la siega? Pues yo os digo: levantad la vista y observad los campos clareando ya para la cosecha.” Jn 4,34-35.
Levantar la mirada es vivir la confianza de que en todos los acontecimientos de nuestra vida hay una presencia que acompaña y nos propone vivir la realidad con la cercanía de nuestro Dios. Conectar con esa presencia es lo que llamamos oración. Cuando buscamos conectar nuestro teléfono móvil a una red inalámbrica hay que escribir la contraseña, que suele ser una complicada combinación de letras y números. Hay que buscar esa conexión y para ello hace falta serenar el espíritu, hacer silencio interior y confiar en esa cercanía del Señor que viene a rescatarnos de nuestras soledades. Nuestra búsqueda de Dios es mucho más fácil, que conectarse al wifi gratis. Dejar de lado la soledad, los monólogos estériles en los que damos mil vueltas en nuestra mente, con nuestros miedos, cálculos, inseguridades y nos abrimos al que es capaz de renovar nuestra vida y ofrecernos la mejor versión de nosotros mismos.
“Venid a mí, los que andáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy tolerante y humilde de corazón, y os sentiréis aliviados. Porque mi yugo es blando y mi carga es ligera.” Mt 11,28-30.
La llamada a una vida grande, satisfecha, llena de paz, de armonía, no está reservada para un grupito elitista de unos pocos privilegiados. Es una oferta abierta a todos. Si en mi vida hay más agobio que alegría, más cansancio que gratitud, es que necesitamos desaprender a vivir con nuestros criterios y reconocer que debemos aprender a vivir según los que nos enseña el evangelio. El camino de crecer en la vida espiritual es un proceso en el que vamos pasando de una mirada más epidérmica de la realidad, más superficial, dejando espacio a la interioridad, al hacernos conscientes de nosotros mismos, de los demás y por fin del Dios que lo habita todo. Es cómo emprender un viaje, pero en vez de acumular distancias hacia fuera de nosotros mismos, se trata de recorrer el camino hacia el interior. Caminar hacia el reconocimiento de lo que somos, de los dones recibidos, los talentos, las fragilidades que nos conforman. Cuanto más nos acercamos al corazón de Dios, más descubrimos nuestra propia identidad, y más disfrutamos de la relación con los demás. El vivir cerca de Dios despierta en nosotros los frutos del Espíritu que son los que dan abundancia a nuestros días.
“Por el contrario, el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio propio. Contra eso no hay ley que valga”. Gal 5,22-23.
La tierra buena de nuestra vida da frutos del Espíritu y llena de valor y de sentido todo lo que vivimos. La mirada creyente embellece todo lo que conforma nuestra vida.
Cómo podemos vivirlo. Volvernos contemplativos en la acción, supone hacer opciones de búsqueda de vida espiritual. Afecta a lo que leemos, a lo que nos interesa, lo que dialogamos, a nuestra inversión del tiempo. De la misma manera que para correr una maratón invertimos tiempo en los entrenamientos, o las horas de practicar un instrumento musical para que suene bien, la sensibilidad espiritual se aprende, a leer la Biblia se aprende, a orar se aprende, a amar se aprende. Pongámonos el traje de aprendices y dejémonos enseñar por el Maestro Jesús de Nazaret.

 

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