Escuelilla de vida día 28/01/19
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Escuelilla de vida día 28/01/19

Reconocimiento facial

Vicente Esplugues Ferrero, misionero de Verbum Dei | 30 ene 2019

RECONOCIMIENTO FACIAL.

Introducción. La revolución tecnológica ha venido para quedarse, nuestras vidas integran cada vez más todos los dispositivos electrónicos que buscan facilitar nuestra forma de vida y construir la sociedad del bienestar. Para ir a un sitio es imprescindible el Google maps, la previsión del tiempo, si lloverá o no, qué temperatura hará hoy se lo preguntamos a Siri o a Alexa. Las noticias las buscamos en smartphones y tablets. Y ciertamente hay que agradecer todos los avances que la tecnología está facilitando para el desarrollo de nuestra vida. Al mismo tiempo que hay que estar atentos a las posibles dependencias y adicciones que provoca este tipo de tecnología. Lo distraídos que estamos, el peligro de aislarnos, de dejar de mirar lo real y quedarnos atrapados en el mundo digital. Hay una opción que en los móviles más modernos que es el reconocimiento facial. Si antes para desbloquear el teléfono tenias que teclear tu clave de acceso numérica, o trazar un rápido dibujo uniendo puntos de una manera predeterminada, luego se pasó a la huella dactilar y lo más moderno, es acercar el rostro a la pantalla y si te reconoce, se desbloquea y se puede comenzar a utilizar. Es como si al reconocer el rostro del titular del teléfono, se activan todas las capacidades y prestaciones, pero si no es el dueño el que lo manipula, se queda inerte, como muerto. Y esa es la misma experiencia que encontramos en el evangelio.

Lo que Dios nos dice. “El portero le abre, las ovejas oyen su voz, él llama a las suyas por su nombre y las saca. Cuando ha sacado a todas las suyas, camina delante de ellas y ellas detrás de él, porque reconocen su voz. A un extraño no le siguen, sino que escapan de él, porque no reconocen la voz de los extraños. Os aseguro que Yo soy la puerta del rebaño. Todos los que vinieron [antes de mí] eran ladrones y asaltantes; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entra por mí se salvará; podrá entrar y salir y encontrar pastos”. Jn 10,3-9.

Nuestro corazón se activa, como el teléfono móvil, cuando es Cristo quien nos habla. Una palabra suya bastará para sanarnos, más que mil consejos y que mil instrucciones de otros. El reconocimiento facial me habla de que, si nos miramos en un espejo, la imagen más real de nosotros mismos, es la de Jesús. Todos nosotros hemos sido creados a imagen y semejanza de Jesús, por eso nuestra identidad se manifiesta en su máxima expresión cuando identificamos nuestra vida con la de Cristo. Si nuestros ojos miran como los suyos, nuestro corazón ama y siente, como el suyo, nuestras manos acogen, abrazan y trabajan por los más necesitados, como las suyas.

“Sabemos que todo concurre al bien de los que aman a Dios, de los llamados según su designio. A los que escogió de antemano los destinó a reproducir la imagen de su Hijo, de modo que fuera él el primogénito de muchos hermanos. A los que había destinado los llamó, a los que llamó los hizo justos, a los que hizo justos los glorificó. Teniendo esto en cuenta, ¿qué podemos decir? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién estará en contra?” Rom 8,28-31.

Se desbloquean nuestros miedos, nuestras inseguridades, nuestras parálisis cuando reconocemos una voz que desde lo más profundo de nosotros que nos ama y nos conoce. Reconocemos que nuestros días transcurren en medio de muchas voces, de muchos mensajes, de muchas opiniones. Pero las palabras que de verdad construyen, pacifican y restauran lo que de verdad somos, son la que nos dirige Jesús. Su palabra nos revela interiormente la forma de aprovechar nuestros días y nuestro tiempo al transformar lo cotidiano en historia de salvación.

“Habla mi amado y me dice: ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Porque ha pasado el invierno, las lluvias han cesado y se han ido, brotan flores en la vega, llega el tiempo de la poda, el arrullo de la tórtola se deja oír en los campos; apuntan los frutos en la higuera, la viña en flor difunde perfume. ¡Levántate, amada mía, hermosa mía, ven a mí! Paloma mía que anidas en los huecos de la peña, en las grietas del barranco, déjame ver tu figura, déjame escuchar tu voz, porque es muy dulce tu voz, y es hermosa tu figura” Cant de los Cant 2,10-14.

Nuestro corazón sabe que el que es capaz, de cambiar el luto en danzas, la soledad en compañía, el dolor en alegría, es el que reconoce nuestro rostro y le parecemos preciosos. Nosotros nos juzgamos demasiadas veces con una negatividad, que luego proyectamos en la mirada que tenemos sobre los demás. Nos hemos acostumbrado a decirnos los fallos, los errores, lo que nos disgusta del otro. Señalamos los defectos, castigamos los límites y nos convertimos en los jueces más inmisericordes para nosotros mismos. Por eso hay muchos de nuestros días que pasan sin pena ni gloria, sin estar despiertos. Como atrapados dentro de nuestras mentes asustadas y de nuestros corazones llenos de corazas para que no nos hagan sufrir, envueltos en nuestros anhelos, idealizaciones, decepciones y fracasos.

Cómo podemos vivirlo. Por eso es Jesús el que tiene la iniciativa de acercarse cada día a activar nuestra vida muerta, nuestro corazón inerte, y nos despierta con sus palabras de amor, sencillas y tiernas. Como en el cuento infantil en el que el príncipe se acerca a la bella durmiente y con un beso es capaz de devolverle la vida, así es el cuidado providente de nuestro Dios que busca hacerse el encontradizo con nosotros. Con María Magdalena, junto al sepulcro, le cambió las lágrimas en abrazos. Como a los discípulos de Emaús, les cambio las quejas en un corazón ardiente, así quiere darnos cada día razones para la alegría, para la confianza, para que descubramos lo profundamente amados que somos en todos los rincones de nuestra vida.

 

 

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