Lo políticamente correcto sería hablar pestes de la moda. Decir ‘odio la moda’, ‘opio del pueblo’, ‘penetración del imperialismo’ es mucho más vendedor que decir ‘me encanta la moda’ o ‘me interesa la moda’. Estar a la moda, ni hablar: es símbolo de frivolidad absoluta y quien se rige por sus dictados es, en el mejor de los casos, un cabezahueca materialista. En cambio, luchar contra la corriente de la moda es ‘underground’, alternativo, rebelde, irreverente.
Es cierto: el entorno que rodea a la moda muy a menudo puede y suele llegar a ser frívolo, pretencioso, detestable, hueco...
Un diseñador de trapos comunes y corrientes que fusiló el catálogo de cualquier supermercado de Miami y que le asegura a su público que para realizar esa colección se inspiró en el mar de Picasso, el mito del jaguar y la anaconda y la paleta de colores del antiguo Egipto, resulta grotesco. Pero la moda es mucho más que eso.
Juzgar el tema de la moda por el comportamiento fantoche de algunos de sus cultores y promotores es tan injusto como juzgar ámbitos tan reverenciados y respetados como el arte, la ciencia y el humanismo únicamente por los escritos y declaraciones de tanto experto en escribir frases complicadas que no significan nada y que muchas veces pasan por ‘profundos intelectuales’ o ‘agudos observadores de la posmodernidad’.
Lo que ocurre en tiempo presente se le ve con desdén, con sospecha, como algo frívolo y pasajero, pero al mismo tiempo se declaran maestros y genios a quienes venden o más suenan en los medios. Instalaciones, video-arte y performances, al igual que las composiciones de músicos de vanguardia (los electroacústicos, por ejemplo) se miran con recelo. Y, de la misma manera, se les otorga credencial de genio a músicos y artistas de moda que solo el tiempo se encargará de decidir si merecen semejante apelativo.
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