La magnitud de posibles cambios climáticos en el futuro dependerá en buena medida de la respuesta de la circulación oceánica al calentamiento global, porque las corrientes oceánicas distribuyen una inmensa cantidad de calor por nuestro planeta y, además, determinan los niveles de humedad y energía atmosféricas. Una variación de la circulación oceánica puede inducir cambios climáticos substanciales y abruptos (es decir, desarrollados en menos de 30 años) a escala global.
Según unas investigaciones internacionales sobre el último periodo glacial ,antes de que comenzaran a deshacerse grandes masas de hielo del Océano Ártico, unos primeros episodios esporádicos de deshielo en el antiguo manto de hielo que cubría las Islas Británicas ya afectaron la circulación de las corrientes oceánicas.
Las peores subidas las sufrirán las costas de Norteamérica y de los países del océano Índico. En total, el aumento será un 25% superior a lo esperado, es decir, entre seis y siete metros (en Washington D.C. subirán seis metros, y en la mayor parte de Europa, siete). Y eso sin incluir en el cálculo el líquido que engrosaría los océanos si se derritiese el hielo de los glaciares, de Groenlandia y de la Antártida Oriental.
Inquietante, ¿no? Sobre todo lo del cambio del eje terráqueo, una auténtica novedad. Además, esta vez la amenaza no sólo afecta a las islas-Estado del Pacífico sino a los países ricos (el sur de Florida se hundiría). Pero después del susto viene el bálsamo: "No decimos que el colapso de la Plataforma de Hielo de la Antártida Occidental sea inminente", matiza Peter Clark, otro de los investigadores, que admite que eso podría no ocurrir hasta dentro de varios siglos, e incluso podría no derretirse por completo. Lo único cierto es que hay que investigar más para entender las múltiples fuerzas en juego.