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La basura que tiramos a la calle. La que se cae a los arroyos y luego llega a los ríos. Y, eventualmente, al mar. Todo eso -plásticos grandes, plásticos en pedacitos- termina en la panza de un animal. Por ejemplo, las tortugas. Se comen hilos de nylon, bolsas, globos, el triangulito que se cortó de un sachet de mostaza del pancho de la playa... La lista es infinita como los objetos de plástico que nos rodean en la vida cotidiana.
(Tortuga afectada por los residuos de plástico que la gente tira al mar, la tortuga fue ayudada a retirarle un popote que tenía insetado en la naríz) Las tortugas confunden el plástico con medusas, ergo con alimento, y se los traga. Este es un material inventado por el hombre que no existe en la naturaleza, y por lo tanto, no se puede digerir. Entonces, a los animales le pueden pasar muchas cosas. Una, es que directamente se mueran por la oclusión de su sistema gástrico. Las necropsias de las que se encuentran tiradas en la playa, entre San Clemente y Cabo San Lucas, revelan que el 90 por ciento tiene contenidos de plástico, cuenta Diego Albareda, veterinario del Zoológico de Buenos Aires, y miembro de Prictma, una asociación de instituciones dedicada a la conservación de las tortugas argentinas. “Aveces, una tortuga tiene tanta carga de plástico que no puede eliminarlo. Se termina obstruyendo el intestino porque se forma un tapón. Al no poder evacuar la materia fecal, se acumulan los gases en el intestino, lo que le ocasiona trastornos de flotabilidad. Por lo tanto, no van a poder bocear para buscar alimento o escaparse de los predadores. Empiezan con cuadros de decaimiento y terminan varadas en la playa”, sostiene Albareda. “Llegan debilitadas y con lesiones internas en el intestinos. Entonces, las bacterias entran en el torrente sanguíneo y se mueren de septicemia”, agrega. En Mundo Marino, en San Clemente, Sergio Rodríguez Heredia, biólogo, muestra un piletón con tortugas que se están rehabilitando. Han estado eliminando plástico durante meses, debido a un tratamiento especial. Todo se guarda en un frasco, que es una colección de nuestra civilización. Hay bolsas de residuos, celofán, globos. Todo conserva sus colores originales. Las tortugas no vuelven a comer hasta que no hayan sacado de sus pequeños cuerpos todo este material. |
.Cuando vuelven a estar en condiciones, Mundo Marino libera las tortugas en el mar. Pero ¿quién garantiza que no vuelvan a comer plástico, si el océano está infectado con él? Nadie. Albareda cuenta también que a las tortugas pueden sufrir otros efectos, que se llaman subletales, que son muy difíciles de medir. Sucede cuando sus estómagos se llenan de plástico, lo que les crea una falsa sensación de saciedad que las va debilitando de a poco. Y esto es muy serio, porque hay especies de tortugas, como la laud, que nadan entre la costa de la Argentina y Gabón, en Africa. Ellas necesitan mucha energía para hacer la travesía y luego reproducirse. “Al estar subalimentado, el animal va a tardar más en llegar a la madurez sexual. Las migraciones se le van a hacer larguísimas. Si no están aptos, no se van a poder reproducir. Eventualmente, el plástico terminará provocando trastornos de conservación”, dice Albareda. En la Argentina, se observan cuatro especies de tortugas: laud, cabezona, verde y carey. Son un tesoro natural, infectado plástico. |
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