El nuevo coronavirus que saltó de algún animal al humano en la ciudad de Wuhan a finales del 2019 ha logrado, en apenas unas cuantas semanas, acaparar toda la atención mediática, científica y de la comunidad internacional. El 30 de enero, la Organización Mundial de la Salud lo declaró una situación de emergencia internacional (PHEIC, por sus siglas en inglés).
La epidemia está evolucionando de manera muy rápida y con ello, el conocimiento que tenemos sobre este nuevo virus. De no saber nada de él a principios del 2020, la comunidad científica ya ha logrado aislarlo, secuenciarlo, identificarlo y desarrollar pruebas para diagnosticarlo.
Sin embargo, como sucede con toda nueva epidemia, sigue habiendo muchas incógnitas que se irán resolviendo a medida que ésta evolucione y a medida que los científicos logren entender más sobre el comportamiento del virus.
En esta página, trataremos de actualizar regularmente la información más relevante sobre el virus y la epidemia.
El SARS-Cov2 se encuentra principalmente en las vías respiratorias. Por ello, las pruebas de diagnóstico actuales, que consisten en amplificar secuencias génicas del virus, requieren hacer un frotis de nariz, garganta o faringe para detectar la infección.
Otro tipo de diagnóstico que se está desarrollando es una prueba que detecte anticuerpos contra el virus. En este caso, una muestra de sangre sería suficiente. Esta prueba tendría la ventaja de detectar no sola a los individuos con infección activa, pero también a aquellos que estuvieron expuestos al virus anteriormente.
Los síntomas principales son fiebre, tos y dificultad para respirar. Sin embargo, en un pequeño porcentaje de pacientes, los primeros síntomas pueden ser diarrea o nausea
La OMS ha estimado que el periodo de incubación (entre la infección y la aparición de síntomas) está entre dos y catorce días, aunque la gran mayoría los desarrolla entre 5 y 7 días.
El virus puede causar desde síntomas leves hasta enfermedad respiratoria severa (i.e. neumonía) y muerte. La gran mayoría de las muertes han ocurrido en personas mayores de 65 años y que ya tenían alguna otra enfermedad o condición crónica. En particular, la hipertensión y la diabetes parecen ser los dos factores de riesgo más importantes y esto se podría deber al tratamiento para dichas enfermedades. En cambio, la población infantil es poco susceptible a la enfermedad, aunque sí parece infectarse, pero aún no se sabe qué tanto contribuye a transmitir el virus.
Los datos por el momento apuntan a una tasa de mortalidad alrededor del 2% (lo cual quiere decir que por cada 100 casos confirmados, mueren dos personas), aunque todavía es temprano para dar una cifra con certeza. Podría disminuir si resulta que hay muchos casos asintomáticos o con síntomas muy leves que no se han diagnosticado. Podría aumentar si el virus muta (por el momento ésto no se ha observado). En todo caso, la tasa de mortalidad es menor que la del SARS (10%) y unas 10 veces mayor que la de la gripe estacional (que se sitúa por debajo del 0,01%).
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