Por tanto, el conflicto entre seres humanos y los elefantes de Sumatra (así como otras especies en riesgo de extinción) es territorial: no hay sitio para todos. No, al menos, si el hombre sigue expandién
Es un caso bien distinto al de África. Los indonesios, en general, no matan a los elefantes para conseguir su marfil o su carne, sino que los atacan para proteger sus cosechas o les dejan sin sitio para vivir porque deforestan grandes extensiones de terreno. El resultado es desalentador: la reducción del hábitat de los elefantes ha supuesto que la población de elefantes de Sumatra se haya reducido en un 80% desde 1930, según datos de la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (UICN).
En la provincia de Riau, por ejemplo, donde los elefantes abundaban en la década de los ochenta del siglo pasado, la población se redujo de 1.342 en 1984 a 201.
Cultivos para papel de palma y aceite
El elefante de Sumatra vive en las tierras bajas, no en las montañas, y es precisamente en las tierras bajas donde el ser humano prefiere cultivar sus alimentos. La selva desaparece, la agricultura se expande y el elefante de Sumatra no tiene a dónde ir.
Pero lo realmente perjudicial no son los pequeños cultivos de los nativos para subsistir, sino las grandes empresas madereras que talan cientos de hectáreas de bosque para producir aceite de palma y celulosa.
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