Fue presidente de México de 1876 a 1911. Con astucia, sagacidad y menosprecio de las aspiraciones ciudadanas logró gobernar durante 7 periodos. La base de estas sucesivas reelecciones no fue el derecho, sino la fuerza; no fue la prosperidad de los 15 millones de habitantes, sino de un pequeño grupo de privilegiados, en nombre del lema: “Paz, orden y progreso”.
En más de 30 años del ‘Porfiriato’ los poderes legislativo y judicial estuvieron subordinados al ejecutivo. La división de los poderes, la soberanía de los estados, la libertad de los ayuntamientos y los derechos de ciudadano sólo existían escritos en la carta magna. Imperaba la ley marcial. La justicia, servía para legalizar los despojos del más fuerte. Los jueces, en vez de encarnar la justicia se convertían en agentes del Ejecutivo. Las cámaras legislativas no tenían otra voluntad que la del dictador. Los gobernantes de los estados, nombrados por él, designaban e imponían a las autoridades municipales.
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