Nuestra vida después de la pandemia
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Nuestra vida después de la pandemia

Un futuro impredecible y un cambio drástico en nuestra forma de ver el mundo. ¿Cómo lo enfrentaremos?

12 may 2020

 

Imaginar el mundo después del Coronavirus nos concede la posibilidad del derecho a soñar con otro mundo que para vivirlo necesitaremos existir en comuniones solidarias sin las fragilidades de nuestros individualismos. No será producto de un milagro, sino la realización de un cambio radical en nuestros modos de vida. En realidad, el milagro, más que seguir con vida y superar la pandemia, será el haber aprendido a encarar un cambio de esta magnitud.

Otro mundo emergerá de los escombros que deja la pandemia. Tenemos que trabajar para que sea un mundo no solamente otro, sino un mundo donde quepamos todos, sin exclusiones, con dignidad, sin injusticias, con igualdad, sin opresores, con libertad, sin egoísmos, con convivencia en comunidad, sin una voz única. Está en nuestras manos diseñarlo, construirlo y habitarlo.

Incluso un desconocido forastero como el Covid-19, que una noche lúgubre invadió nuestro mundo sin pedir permiso para arrasar en tiempo real y sin compasión ni fronteras a los humanos que habitamos consumiendo el planeta que nos da vida, demuestra que no nace de la nada, sino que, como todo proceso, se gesta en las entrañas de la sociedad en que vivimos y que transita hacia algún lado, quién sabe dónde.

El hambre es un mal creciente en diversas regiones del planeta. Miles de hectáreas de tierras destinadas a la producción de alimentos han sido reemplazadas por productos que sirven para engordar los agrocombustibles. La violencia étnica y política deriva en desplazados que, o mueren en el camino o en el intento por vivir, al menos vivir, porque su condición de humanos ya parece un imaginario inalcanzable. Uno de nuestros países tuvo que especificar en un decreto la sanción a la violencia doméstica, porque la crisis llevada de la mano de la rutina de un sistema que deshumaniza, incrementó los niveles en lugar de conducir solidaridades. La economía de mercado ha lanzado más rostros y manos a las calles. Las ciudades y países, como en el medioevo, han cerrado sus murallas al ingreso de los forasteros, aunque éstos sean sus connacionales. La depredación nos advierte que la naturaleza que se quema, o se seca, o se ensucia, ya no soporta la ambición del capitalismo salvaje. El consumismo nos convierte en sociedades individualistas. Los hombres construimos así nuestros caminos de prosperidad, pero a título de progreso también somos constructores de nuestra propia destrucción.

Entonces, ¿cómo podemos como sociedad enfrentar los nuevos desafíos?

 

Primero, debemos entender que somos parte de un planeta finito en recursos y que en este momento está bajo un gran estrés causado por nuestras propias acciones. Debemos empezar a comprometernos con los acuerdos globales sobre cambio climático, biodiversidad, derecho y justicia ambiental, fortaleciendo las políticas ambientales sobre intereses meramente económicos. El crecimiento económico no puede ser el único norte, debemos tener una visión más integral del desarrollo-país, que incorpore el bienestar del ser humano asociado a un planeta saludable.

 

Segundo, debemos incorporar transversalmente al ciclo de generación de políticas públicas a científicos y científicas. Esto es fundamental en todos los aspectos de la sociedad, incluyendo los temas de salud, educación, seguridad alimentaria, escasez hídrica y adaptación al cambio climático. 

 

Por último, debemos reflexionar profundamente sobre cómo las acciones colectivas e individuales pueden modificar nuestra conducta. En una era globalizada no podemos seguir decidiendo de manera individual, respondiendo a nuestros propios intereses.. No se trata de limitar la libertad individual, pero sí entender bien las implicaciones de nuestro comportamiento en el bienestar de la toda la sociedad. Un ejemplo claro de esto es el llamado mundial #QuédateEnCasa para enfrentar al COVID-19, el cual apela fundamentalmente a la solidaridad de todos los ciudadanos. La educación ambiental puede ser una de las mejores formas de abrir el diálogo intergeneracional que nos permita enfrentar esta crisis y sus escenarios impredecibles.

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