Alejandra Ramirez
soledad vargas
Las consecuencias pueden sufrirse de forma silenciosa, provocando un constante goteo de víctimas, ya sean humanas o de especies animales y vegetales, como manifiesta. En este segundo caso, se trata de una contaminación abrupta que causa auténticas catástrofes ambientales 1y muchas víctimas.
La fuga radioactiva de la central japonesa de Fukushima es un claro ejemplo, pues la contaminación del suelo ha afectado a la agricultura, la ganadería y la pesca. Incluso se ha encontrado cesio radiactivo frente a la costa de Fukushima, concretamente en el fondo marino terroso procedente de esos mismos vertidos, según un reciente estudio del Instituto de Ciencias Industriales de la Universidad de Tokio, la Universidad de Kanazawa y el Instituto Nacional de Investigación.
Por otro lado, junto a un lógico deterioro del paisaje por el empobrecimiento del ecosistema, a menudo una pérdida irreversible, la contaminación del suelo supone pérdidas millonarias al impedir la explotación de ese entorno natural por parte de la población autóctona o de inversores industriales.
La prevención es la mejor solución, de eso no cabe duda, pero también es cierto que no siempre se puede (ni se quiere) evitar este tipo de contaminación. En ocasiones se producen accidentes o lo ocasiona la lluvia ácida, con lo que es difícilmente controlable, cuando no imposible.
Yendo directamente a las raíces del problema, sería necesario un drástico cambio del modelo productivo o una prohibición de determinadas prácticas como la extracción minera, la actividad industrial que produce desechos tóxicos o, por ejemplo, el uso de fertilizantes y abonos artificiales.
Así las cosas, esas premisas no son sino pura utopía. Por lo tanto, ante hechos consumados, se buscan soluciones que van desde la limpieza de la zona hasta la simple delimitación de la zona dañada y la prohibición de su uso para determinadas actividades. En casos graves, como el de Fukushima las áreas afectadas no son aptas para la vida.
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