G. K. Chesterton
de Ortodoxia.
La gente de mundo ignora completamente aun lo que es el mundo, y todo lo reduce a unas cuantas máximas cínicas que ni siquiera son verdaderas. Me acuerdo de que, paseando una vez con un acomodado publicista por los barrios de la ciudad, me hizo éste una observación que muchas veces había yo oído y que, pudiéramos decir, es como una divisa de nuestros tiempos. La medida estaba colmada, y al escuchar una vez más la famosa observación descubrí que era una sandez. Hablábamos de cierto sujeto, y mi publicista observó: "Ese hombre llegará, porque cree en sí mismo". Lo recuerdo como si fuese ahora; al alzar la cabeza para oír lo que me decía, mis ojos cayeron sobre el letrero de un ómnibus que ponía: Hanwell (1). Y le contesté sin vacilar: "¿Quiere usted que yo le diga dónde están los que más creen en sí mismos? Pues voy a decírselo: yo sé de hombres que confían en sus propias fuerzas mucho más que Napoleón o César; yo sé dónde lucen las estrellas fijas de la seguridad y del éxito, y si usted quiere puedo conducirle al trono de los superhombres. Los que creen de verdad en sí mismos están en los asilos de lunáticos".
Contestóme muy cortésmente que había, sin embargo, muchísimos que, con creer en sí mismos, no estaban en los manicomios. "Sí que los hay -le retruqué-, y usted debe conocerlos mejor que nadie. Aquel poeta borrachón cuyas espantosas tragedias no puede usted tolerar, ése es uno de los que creen en sí mismos; aquel viejo ministro que le obligó a usted a esconderse en un desván por miedo a que le leyera su poema épido, ése también creía en sí mismo. Si usted consultara su experiencia de los negocios humanos, y no su filosofía tan feamente individualista, reconocería usted que el creer en sí mismo es uno de los síntomas más inequívocos y comunes de la degeneración. Los actores incapaces de representar, ésos son los que creen en sí mismos, así como los deudores que no pagan. Mucho más cierto es asegurar el fracaso de un hombre porque cree en sí mismo, que augurar su éxito. La plena confianza en sí mismo, aparte de ser un pecado, es también una debilidad. Creer demasiado en uno mismo es una creencia histérica y supersticiosa, como creer, por ejemplo, en Joanna Southcote (2); y el hombre que por su mal la padece lleva escrito Hanwell en la frente como lo lleva ese ómnibus". A todo lo cual mi amigo el publicista replicó con esta objeción tan profunda como eficaz: "Bien; y si un hombre no debe creer en sí mismo, ¿en qué debe creer?". Y yo declaré tras larga pausa: "Para poder contestar a esa pregunta, no veo más remedio que irme a casa a escribir un libro".
(1) El autor se refiere al manicomio de Hanwell, en Londres (N. del T.)
(2) Visionaria inglesa (1750-1814) que hizo más de cien mil adeptos y cuyo culto se extinguió a fines del siglo XIX (N. del T.)
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