En la década del Ni Una Menos y el Me Too, el silencio se volvió cosa del pasado. Los recordaremos como los años en que se crearon por fin una serie de nuevos sentidos comunes: a las mujeres no se les acosa, no se les viola, no se les pega, no se les mata por ser mujeres, tampoco se legisla sobre sus cuerpos. Fue la década en que entre empujones pudimos hacernos escuchar. Gracias al trabajo de las que nos precedieron, en estos últimos diez años el feminismo se hizo hegemónico: hoy es revolución pero también fenómeno de masas. De las plazas llenas a los gabinetes nacionales con más ministras mujeres que hombres; del boom de las series protagonizadas por mujeres en Netflix al giro feminista de Star Wars, el feminismo es a la vez mainstream y agenda política ineludible.
Aún hay mucho por hacer, pero lo que alcanzamos estos diez años no es poco. ¿Cuándo nos volvimos feministas? Para muchas personas esta década fue decisiva. Yo no me nombraba como feminista en 2010, pero sí sabía muy bien lo que era el machismo. Había comido mucho polvo, ninguneo, precarización y buscaba sublevarme. En 2009 publiqué en mi blog una antología de los “mejores” insultos sexistas y racistas que me habían dedicado mis trolls peruanos. Los había desafiado. Ya había salido del clóset como bisexual. Era la que más dinero ganaba en casa, había matado al ángel del hogar que había en mí y mi marido se encargaba de las tareas domésticas. Tenía publicados dos libros y una columna de opinión donde dejaba claro que me sobraban agallas. Solía ser la única mujer en los eventos a los que iba invitada y lo achacaba a la meritocracia. La década anterior la había pasado explotada y autoexplotándome para alcanzar ese horizonte de posibilidades, pero entonces algo empezó a resquebrajarse.
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