Desde la peste negra hasta el esmog sofocante, la contaminación del tráfico y la amenaza de ataques con gas, los londinenses han usado tapabocas durante los últimos 500 años.
Aunque las mascarillas más antiguas se utilizaron para disfrazarse, ponerse una mascarilla protectora se remonta al menos al siglo VI a.c. El esmog era tan denso que los trenes no podían circular, incluso hubo informes de ganado que murió asfixiado mientras permanecían en los campos.
En la década de 1930, las mascarillas “anti-esmog” se volvieron tan de rigor en la cara como los sombreros de fieltro en la cabeza.
Fue la peste negra, la plaga que azoto Europa por primera vez en el siglo XIV, matando al menos a 25 millones de personas entre 1347 y 1351, lo que presagio el advenimiento de la mascarilla médica.
Los perfumes y las especies todavía se usaban: el “pico” se originó como un lugar para colocar hierbas y aromáticos con el fin de contrarrestar el llamado miasma.
La amenaza de una segunda guerra mundial, 20 años después de que en la gran guerra se había visto el uso de gas cloro y gas mostaza, provocó que el gobierno emitiera máscaras de gas tanto para la gente común como para los militares.
Para 1938 se habían distribuido 35 millones de respiradores para todos los civiles y eran una vista familiar en la vida diaria, incluidos los adornos de las bailarinas en el cabaret de Murray en beak Street, Londres; y policías ciclistas que los usaban como parte de su equipo de protección persona.
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