Hay muy poco de esperanza en esta edición. Y hay mucho de ese trabajo de tomar conciencia del lugar que ocupamos en el mundo. Si un niño sale hoy a festejar su día, lo que va a encontrar en la calle es lo de siempre: un ejército de vigilantes privados apostados desde que sale de la colonia hasta que llega a su destino. Todos con sus armas expuestas. Esto, sin contar con los policías, con los militares, con las tanquetas, con el “tené cuidado” en la boca de cada persona a la que le importe. Y, en teoría, nada de esto está de sobra. En teoría, vivimos en un país en donde hace falta todo esto para sentir algo de seguridad. Porque, hasta el momento, no se ha hecho nada en otra dirección que no sea la de intentar detener una vorágine de violencia, con otra vorágine de violencia. Y las violencias no se repelen, se combinan para causar más daño.
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