Cuando se produce un caso de acoso en un centro escolar se disparan todas las alarmas y todas las preguntas ¿Cómo ha podido suceder sin enterarnos? ¿Cómo puede ocurrir esto en un espacio construido para el aprendizaje y la socialización? Esta última sería ya un comienzo de reflexión filosófica, pero la cuestión suele centrarse en lo punitivo y la búsqueda del o la culpable del delito. ¿Quién ha sido? ¿Qué sanción se merece? ¿Quiénes son los o las responsables del hecho?
Y a partir de aquí nos convertimos en detectives, en policías, en abogados y abogadas y la Escuela renuncia a sus posibilidades educativas y al aprendizaje que pueda derivarse para toda la comunidad.
por supuesto que tiene que existir un protocolo de actuación en cada centro, que sea sencillo de aplicar y tan claro que puedan entenderlo alumnado, docentes, una madre o un padre, pero mi intención es profundizar que hay detrás de la conducta de quien o quienes maltratan y de la víctima.
Toda conducta humana tiene muchas causas y aunque el acoso nunca es justificable, sí cabe investigar qué mueve a un chico o chica a hacer sufrir a un compañero o compañera, qué emociones, que pensamientos y que valores se ocultan como sombras detrás de una conducta tan agresiva. Y desde el otro lado ¿Qué siente la víctima? ¿Por qué guarda silencio y no pide ayuda a nadie?
No sirven las respuestas simples como la maldad de agresores o agresoras y la pasividad por miedo de la víctima.
Como educadores y educadoras hay que ir más allá y comprender la psicología de un o una adolescente en plena confusión y desarrollo. ¿Cuáles son las nuevas necesidades que emergen en esta etapa de la vida?
La primera es construir su identidad. Tomar conciencia del YO. ¿Quién soy? ¿Cómo soy? ¿Para qué valgo? ¿Cómo me ven las demás personas? ¿Qué me gusta o disgusta? Todo ello construirá la base del autoconcepto y de la autoestima de cada persona.
La segunda es la pertenencia a un grupo, fuera del ámbito familiar. El reconocimiento, la aceptación, formar parte de la “tribu”, genera sentimientos de protección y seguridad. Para ello a veces se paga un alto precio: perder la identidad, no destacar, difuminarse o borrar los rasgos que no encajan.
Cualquier rasgo diferente es un peligro si no se ha aprendido a ser yo mismo o yo misma. Si la comunidad en la que vivo, percibe la diferencia como amenaza o desprecio. El aspecto físico, o hablar distinto, o ser de una minoría étnica, sexual, religiosa o simplemente una gran timidez pueden convertirte en la diana fatal.
Pero, ¿qué rasgos tienen quienes acosan? ¿Cuáles son las emociones que les llevan a ser crueles o a la agresividad? ¿Carecen realmente de empatía? ¿Son psicópatas precoces?
Detrás de cada acosador o acosadora hay mucha rabia, mucho enfado, mucha frustración, much inseguridad y malestar que se intenta resolver en manejar al grupo para sentir su aprobación y su reconocimiento frente al “otro”, la víctima, que se muestra más débil, más frágil y por tanto podrá descargar en ella sus malestares.
Pero para ello necesita del grupo. Si éste no es sano socialmente, obtendrá fácilmente el refuerzo, el aplauso, las risas, la complicidad en lo grosero, lo prohibido, lo violento.
Cuando hablo con las víctimas y escucho sus problemas siempre salen los rasgos de la baja autoestima, las dificultades en sus habilidades sociales, sus incertidumbres para sentir aprecio y reconocimiento por el grupo de iguales. Y se sorprenden mucho cuando descubren lo mal que debe estar quien acosa para sentirse bien haciendo daño al “otro”. Es el primer paso para fortalecerse, para entender lo que le ha ocurrido.
Acosadores y acosadoras, víctimas y testigos, necesitan una reeducación emocional y social, pero encajada en una propuesta sistémica que afecta a la comunidad escolar y a las familias.
El modelo social, moral y emocional que tengamos en la escuela, en la familia y en la sociedad es lo que hay que revisar a fondo. Si los valores que aplaudimos son los de la competición frente a la cooperación, el yo gano, tu pierdes, el interés individual frente a lo común seguiremos construyendo un clima para el abuso, el maltrato y el acoso.
La escuela puede ser un lugar privilegiado para el desarrollo emocional y moral de un ser humano. Un clima de paz y tolerancia a veces es la segunda oportunidad de ver otros patrones, otros valores que no se ven en la familia, ni en la sociedad. La gran ventaja de trabajar las emociones, las habilidades sociales, los valores y los conflictos en estas edades es que son capaces de cambiar patrones aprendidos de conducta con más facilidad que en edades adultas.
La educación para la felicidad no es una utopía, es una necesidad y un derecho de todos y de todas. Y por ahí van los tiros para crear sociedades más justas y respetuosas.
Otro día hablaremos de las necesidades de la Escuela respecto a estas necesidades pero ese es otro tema.
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