Algo pasa en la moda española
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Algo pasa en la moda española

Su libertad es total. Cuestionan las tendencias. Atraen a consumidores de todo el planeta. Las redes sociales son su gran aliado. Una nueva generación rompe los moldes que han definido durante años la forma de concebir, mostrar y vender diseño.

carmen mañana | 5 feb 2019

La cosa más increíble, bella, decadente y endemoniada”. Así definía Vogue América la tercera y hasta ahora última colección de Alejandro Gómez Palomo. El modista de 24 años y natural de Posadas –un pueblo cordobés de 7.500 habitantes– desfiló el pasado 2 de febrero en Manhattan. En primera fila: Malia Obama, la hija del expresidente de Estados Unidos; diseñadores como Nicola Formichetti y editores de los medios especializados más relevantes. De The New York Times a Women’s Wear Daily, todos quedaron maravillados por sus historicistas vestidos, lucidos –para mayor impacto– por modelos masculinos. “Mi ropa no tiene género. No me gusta clasificarla como unisex o andrógina. Es cierto que el patronaje es masculino porque mi fantasía es que los hombres podamos vestir de alta costura. Pero, al final, es un trozo de tela y se lo puede poner quien quiera: chico, chica, travesti o abuela”, explica días antes de volver a presentar su trabajo en la Mercedes-Benz Fashion Week Madrid, con Pedro Almodóvar captando cada detalle con su móvil. Todavía le dura el subidón de adrenalina de Nueva York: un sueño en el que sus padres han invertido todos sus recursos y en el que se han involucrado de forma desinteresada los modelos, maquilladores y hasta el artista floral Mark Colle, responsable de algunas de las escenografías más espectaculares de Dior. “Alquilé un apartamento y allí nos quedamos todos. Yo dormía en el pasillo. Fue una locura, pero entramos en contacto con muchos compradores”. En la London School of Fashion aprendió que la promoción es tan importante como el diseño. Mientras estudiaba allí, trabajó en un puby en una tienda vintage. “Me sumergía en montañas de ropa con una mascarilla en busca de un Lacroix de 1983. Ese es el espíritu que quiero trasladar a las nuevas generaciones”./

ManéMané, a su manera

Que Miguel Becer (Cáceres, 1985) estudió Administración y Dirección de Empresas antes de entregarse a la moda es algo que se nota en cuanto abre la boca. Hace dos años ganó el premio Vogue Who’s on Next, que, con una retribución de 100.000 euros, es el mejor dotado de los que se conceden en España. Lo hizo, según asegura, porque su proyecto no era solo “un ejercicio creativo, sino un plan de negocio para fabricar, mostrar y vender cuatro colecciones”. Este galardón le dio visibilidad y los recursos necesarios para comenzar a producir una línea de zapatos y otra de gafas. La primera en Alicante, y la segunda, en Italia. Ambas constituyen hoy el eje de ManéMané, la firma con la que “recupera la estética aparentemente desfasada” de los ochenta y de los club kids de principios de los noventa. “El problema es que cualquier taller te exige que hagas un encargo grande para elaborar tus productos. No puedes ir de diez en diez, y para una marca pequeña es difícil llegar a ese volumen”, explica. ¿Su solución? Utilizar el pre-order(preencargo), un sistema que emplean desde hace años marcas consolidadas como Óscar de la Renta. “Ves algo en nuestra web, lo reservas, y cuando alcanzamos un número de pedidos lo suficientemente importante lo fabricamos. No le das al clic y lo tienes, pero compensa”, argumenta.

En la era del see nowbuy now (lo veo, lo compro), Becer cree que la clave para que a sus clientes les compense la espera reside en ofrecer algo único. “Nadie quiere ver una película cuando ya te sabes el final. Estamos ávidos de cosas nuevas”. Parece obvio, pero el diseñador asegura que es la lección más importante que ha extraído de su paso por Bimba & Lola, Amaya Arzuaga, Ángel Schlesser y The 2nd Skin; y de su experiencia como ayudante de estilismo en distintas cabeceras. Entre ellas, El País Semanal.

María Ke Fisherman, monjas y ‘twerking’

La primera vez que Miley Cyrus les pidió un vestido, María Lemus (35 años) y Víctor Alonso (32 años) tuvieron que buscar en Google quién era. No imaginaban que una sola foto de la reina del twerking catapultaría su marca, María Ke Fisherman, y les abriría los armarios de otras celebridades como Lady Gaga, Katy Perry, Taylor Swift o Puff Daddy. “Víctor había spameado a través de las redes sociales a todos los estilistas de las estrellas. No esperábamos que nos respondieran, pero lo hicieron”, recuerda Lemus. A través de Facebook, Twitter e Instagram han llegado a una clientela global y, también, a alguna de las tiendas más influyentes del mundo, como la estadounidense Opening Ceremony. Y todo desde un convento de clausura de Huelva. Allí, la comunidad de monjas teje con primor las provocadoras piezas de ganchillo con las que Miley Cyrus se retuerce medio desnuda sobre el escenario. Cuentan Lemus y Alonso que son más rápidas y eficientes que cualquier fábrica. También más cándidas. “Una vez nos llamaron y nos dijeron que ya tenían terminados los gorritos, pero nosotros no habíamos encargado ninguno. Luego nos dimos cuenta de que se referían a unos biquinis minúsculos que habían confundido con sombreritos”, se ríen. Tras siete años, la firma ha crecido todo lo que su estructura permite. Con tres personas en nómina y varios talleres subcontratados, no pueden asumir una demanda en aumento. Por eso, buscan un socio capitalista que los ayude a expandirse y que “entienda” su filosofía, esa que les lleva a decir de sus modelos que “están tan feas que están guapísimas”. Se encuentran en un punto de inflexión. “O damos un salto y nos convertimos en una marca mediana o morimos”.

Chromosome, contra lo establecido

Esperanza Berrocal (26 años) y Rafael Bodgar (prefiere no confesar su edad) experimentan no solo con nuevas formas de crear ropa, sino también de mostrarla. Para empezar no siguen el calendario convencional de desfiles articulado en torno a dos temporadas: primavera-verano, que se muestra en septiembre, y otoño-invierno, en febrero. “Este año vamos a presentar nuestro trabajo en junio. Si no eres una marca al uso y no produces como tal, no tiene mucho sentido autoimponerte esas fechas, como tampoco lo tiene separar las colecciones de hombre y mujer”, argumenta Bodgar, que antes de unirse a Berrocal fue modelo y desfiló para Lanvin, J. W. Anderson, Raf Simons, Margiela…

Los maniquíes que protagonizan las presentaciones de Chromosome se salen de la norma. Al dúo le gusta utilizar a ancianos, pero reclaman que no se trata de un ejercicio efectista. O no solo. “La idea es desligar la moda del concepto de belleza y de juventud. Hay toda una generación de diseñadores, como Demna Gvasalia [director creativo de Vetements y de Balenciaga] o Gosha Rubchinskiy, que quieren crear un lujo que no reproduzca la estética de las clases altas sino que ahonde en la de la calle, en el estilo de los jóvenes sin dinero y sin prejuicios”, explica.

Las prendas de Chromosome pretenden jugar en esa liga, pero tanto Berrocal como Bodgar comprenden que su mercado resulta muy limitado. Y tampoco se trata de pasarse de puristas. La pareja lanza piezas intencionadamente más comerciales – dentro de sus parámetros–, como sudaderas decoradas con un marco en el que se puede colocar cualquier imagen. “Nuestro objetivo es consolidar nuestra marca, pero también nos encantaría que una gran firma nos fichase como directores creativos”. Honestidad en el fondo y en la forma.

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