María Fernanda Bernasconi – Ciudad del Vaticano
Al comentar el Evangelio propuesto por la liturgia del Primer Domingo de Cuaresma, en el que San Lucas nos habla de la experiencia de las tentaciones de Jesús en el desierto, Francisco comenzó recordando que el Señor es tentado tres veces por el diablo.
Primero lo invita a transformar una piedra en pan, después le muestra desde lo alto los reinos de la tierra diciéndole que podría convertirse en un poderoso y glorioso mesías y, finalmente, lo conduce al punto más alto del templo de Jerusalén desde donde lo invita a tirarse para manifestar, de modo espectacular, su poder divino.
El Papa explicó que estas tres tentaciones indican los tres caminos que el mundo siempre propone prometiendo grandes éxitos: la avidez de la posesión, la gloria humana y la instrumentalización de Dios.
Del camino de la avidez afirmó que es siempre la lógica insidiosa del demonio para impulsarnos a creer que todo es posible sin Dios, e incluso yendo contra Él. Del camino de la gloria humana Francisco dijo que el intento es perder toda dignidad personal, dejarse corromper por los ídolos del dinero, del éxito y del poder, para alcanzar la propia autoafirmación, lo que conduce a gustar de una alegría vacía que pronto se desvanece. Y del hecho de instrumentalizar a Dios en beneficio propio explicó que es ese buscar un milagro sorprendente.
Sin embargo sabemos que el Señor rechaza todas las tentaciones, incluso la más sutil, esa de querer "poner a Dios de nuestro lado", pidiéndole gracias que en realidad sirven sólo para satisfacer nuestro orgullo. Por eso el Papa reafirmó que estos caminos que se nos presentan, con la ilusión de poder alcanzar de esta manera el éxito y la felicidad, son ajenos al modo de actuar de Dios y, de hecho, nos separan de Él, porque son obra de Satanás.
Mientras Jesús, al enfrentar estas pruebas en primera persona, supera tres veces la tentación para adherir completamente al proyecto del Padre, a la vez que nos señala los remedios: la vida interior, la fe en Dios, la certeza de su amor. Por esta razón el Pontífice invitó a aprovechar ese tiempo privilegiado de la Cuaresma para purificarnos y experimentar la presencia consoladora de Dios en nuestras vidas.
Y para esto, el Santo Padre pidió que la intercesión maternal de María, icono de fidelidad a Dios, nos sostenga en nuestro camino, ayudándonos siempre a rechazar el mal y a acoger el bien.
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