Justo cuando el jungle falleció y el UK Garage, aquella aproximación londinense al fenómeno gangsta, desapareció, surgió el grime. Recogía lo poco aprovechable de lo primero y lo bueno de lo segundo, que era mucho. Corría 2003 y dos tipos lideraban ese nuevo hip-hop desde Londres. Dizzee Rascal reventaba las listas, pero era Wiley a quien todos respetaban.
Hoy, el padrino del grime lanza su más ambiciosa obra hasta la fecha, un disco tan grande que se antoja casi una despedida. En él, parece hacer un repaso histórico a todas las fases por las que ha pasado este estilo. Desde su deje jamaicano primigenio hasta su grandiosidad actual. Recluta a clásicos como Lethal Bizzle y a nuevas estrellas como Skepta y logra que todo, otra vez, gire a su alrededor.
El País
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