NEW YORK TIMES
¿Acaso los corazones de los nadadores profesionales funcionan diferente que los de los corredores de élite? Según un nuevo estudio, la respuesta podría ser que sí, y las diferencias, aunque mínimas, podrían ser reveladoras y trascendentales, incluso para quienes nadamos o corremos a un nivel mucho menos ambicioso.
Los cardiólogos y científicos del deporte ya saben que el ejercicio habitual cambia la forma en que se ve y funciona el corazón humano. El ventrículo izquierdo, sobre todo, se altera con el ejercicio. Esta cavidad del corazón recibe sangre rica en oxígeno proveniente de los pulmones y la bombea al resto del cuerpo, con movimientos convulsos de torsión, como si la cavidad fuera una esponja que se enrolla y se desenrolla para volver a expandirse a su tamaño original.
El ejercicio, sobre todo el aeróbico, necesita que una cantidad considerable de oxígeno se envíe a los músculos que están trabajando, lo cual supone demandas extenuantes para el ventrículo izquierdo. En respuesta, esta parte del corazón en los atletas generalmente se hace más grande y fuerte que en las personas sedentarias. Además funciona de una manera más eficaz, pues se llena de sangre con mayor premura y cantidad, y recupera su forma un poco más rápido con cada latido, lo cual permite que el corazón bombee más sangre a una mayor velocidad.
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