Más vale prevenir que curar. Esta premisa, utilizada y promovida a través de todas las culturas y religiones en temas de salud, es la esencia que define el marco estratégico de una ciudad resiliente: conocerse como ciudad; identificar las vulnerabilidades de una misma; prevenir para reducir el riesgo de que una catástrofe te afecte.
Alrededor del 90 % de la expansión urbana tiene lugar en países en desarrollo y se espera que 2,500 millones de personas se trasladen a zonas urbanas en los próximos 25 años. Aparte de la presión que se generará sobre los territorios, gran parte de esta expansión ocurrirá en zonas de riesgo: riberas o litorales costeros. Desgraciadamente, gran parte de ese crecimiento también ocurrirá en zonas sin planificación urbana: en asentamientos informales.
Los efectos del cambio climático acentúan todos estos retos. Los datos y costes de la gestión a causa de desastres naturales de la última década son realmente dantescos: han afectado a más de 220 millones de personas y causado daños económicos de 100 millones de dólares anuales. La cantidad de personas afectadas por catástrofes desde 1992 llega a 4.400 millones (equivalente a 64% de la población mundial), y el daño económico es de unos dos billones de dólares (equivalente 25 años del total de la Ayuda Oficial al Desarrollo).
No se puede evitar que ciertas enfermedades ocurran, pero sí se puede prevenir para disminuir la intensidad de sus efectos, acortar la duración de sus síntomas y generar mayor resistencia para evitar que se repitan. Es aplicar esa medicina preventina a la gestión de ciudades.
Según la iniciativa 100 Resilient Cities de la Rockefeller Foundation, la resiliencia urbana se define como la "capacidad de individuos, comunidades, instituciones y empresas de una ciudad para sobrevivir, adaptarse y desarrollarse sin importar qué tipo de estrés crónico e impactos agudos experimenten".
La iniciativa, que nació en 2013, seleccionó a 100 ciudades para ayudarlas a diseñar estrategias innovadoras con el objetivo de que sean más resistentes a los desafíos físicos, sociales y económicos. Las 100 ciudades, de las cuales Barcelona es la única española, reciben recursos para ser apoyadas creando el cargo de responsable de resiliencia, así como para coordinar la estrategia de resiliencia de la ciudad. Ello lo hace a través de un proceso de identificación de soluciones participativo con proveedores de servicios y socios de los sectores privado, público y de ONG que pueden contribuir a implementarla.
ONU Hábitat define la resiliencia urbana como “la capacidad medible de cualquier sistema urbano, con sus habitantes, para mantener la continuidad a través de todos los impactos y tensiones, mientras se adapta y se transforma positivamente hacia la sostenibilidad”. El concepto ha de aludir a la capacidad de los asentamientos humanos para resistir y recuperarse rápidamente de cualquier peligro plausible. Ello no solo contempla la reducción de riesgos y daños de catástrofes, sino también la capacidad de volver rápidamente a una situación de estabilidad.
Precisamente, ONU Hábitat creó la unidad de Reducción de Riesgos y del Programa de Perfiles de Ciudades Resilientes en Barcelona, para proveer a gobiernos las herramientas necesarias para medir y aumentar la resiliencia frente al impacto de múltiples amenazas, entre ellas, las relacionadas con el cambio climático.
Esteban León, director de la unidad, explica la tendencia de la organización en el ámbito de resiliencia: "En su origen empezamos promoviendo la reducción de riesgos, pero cuando empezaron las grandes catástrofes naturales entendimos que no podíamos ir detrás de un desastre tras otro. Teníamos que empezar a preparar a las ciudades para que pudieran gestionarlos".
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