Negocios siguen de pie gracias a la fe cuencana
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Negocios siguen de pie gracias a la fe cuencana

Miguel Ángel, Laura y Lupe son parte de las decenas de comerciantes que se ubican en los exteriores de las iglesias de esta ciudad. Los cuencanos gracias a su fe han hecho que sus negocios se mantengan de pie.

15 sep 2019

Miguel Ángel, Laura y Lupe son parte de las decenas de comerciantes que se ubican en los exteriores de las iglesias de esta ciudad. Sus historias de vida tienen ese plus de los años que han permanecido y, sobre todo, un olfato que sirve como una suerte de medidor de la religión católica y sus creyentes. 

En medio de esas estructuras imponentes que guardan siglos de historia y silencio están ellos. Como tomando el pulso a la fe cuencana porque los años les han otorgado esa capacidad. Son los vendedores que ofertan sus productos en los exteriores de las iglesias y saben de sobra cuál es el milagro, el pecado y el santo.

La visión se fue deteriorando de a poco “a causa del frío”, pero un fino oído y un tacto desarrollado se han quedado.
Miguel Ángel Castillo es el vendedor de cirios y velas que son parte del paisaje de la fachada frontal de la Catedral de la Inmaculada Concepción.
No aparece en las postales turísticas, pero de cada 10 clientes que llegan a su puesto, por lo menos seis conocen su nombre y lo saludan con algo muy cercano al afecto.
Lleva 35 años con su negocio y aunque no ve, cuando siente otra presencia saluda y pregunta a las personas que pasan, qué tipo de productos quieren: “le doy una velita roja para el amor, una amarilla para la prosperidad, la azul para la salud o la verde para la esperanza. ¿Cuál quiere?”.


Miguel Ángel identifica con facilidad las monedas, pero con los billetes sus compañeras de los puestos cercanos deben ayudarlo. Dice que la gente “le pide mucho a Dios para conseguir un trabajo. La mayoría de productos los llevan con este fin”.


Le apena el desempleo y lo que él llama “una pérdida de la fe” porque los devotos ya no acuden a la iglesia como en años anteriores. Él permanece porque es el sustento de la única hija soltera que le queda y de su esposa Julia, su amor hace un poco más de tres décadas.


Cuando Miguel Ángel no tiene cambio les dice a sus clientes que le paguen otro día “porque Dios hará que vuelvan a cancelar”.


Laura
Los olores y sabores forman una sola atmósfera en las afueras del Monasterio del Carmen de La Asunción. El aroma a mirra y palo santo se ha vuelto inconfundible gracias a una mujer con un sentido del humor potente.


Es Laura Ochoa. Una vendedora de distintas esencias que se usan no solo en las misas, sino en los hogares. Dice que trabaja de 09:00 a 22:00 hace 30 años y que su atención “es amor puro porque los clientes necesitan de mí y yo de ellos”.


No deja de sonreír y esa sonrisa aumenta cuando habla de sus 15 nietos y cinco bisnietos. “Ellos son mi vida y aunque no les mantengo, me gusta atenderles bien cuando van a visitarme. A ellos les dedico mi trabajo”, sostiene.


Laura tiene una facilidad singular para hallar el lado positivo de las cosas. Cuenta que le han cambiado de sitio varias veces, pero que ahora está contenta porque ayuda a evitar los malos olores afuera del templo. También asegura que la fe de los devotos se mantiene, que ella no cree en eso de que “ya no es lo mismo de antes”.


Lupe
Colada morada en septiembre y café caliente todo el año. Lupe Díaz sabe vender su mercadería en la parte exterior de la iglesia de San Alfonso.
Está aquí hace seis años, pero la receta de las empanadas de viento la aprendió desde que era una niña y le ayudaba en el negocio a su abuela Mercedes y a su mamá Rosa.


Ella y su esposo se instalan con sus productos los lunes, miércoles y viernes porque el resto de días se ubican en este mismo espacio otras vendedoras. De 06:00 a 19:00 el aceite hirviendo en el que se fríen las empanadas brinda un poco de calor a quienes se acomodan cerca del fuego para comerlas.
Durante estos tres días, Lupe cuenta con una compañía especial. Ella y Aída Genovés, una mujer de la tercera edad que asiste a la misa todos los días, han creado una amistad.


Los vendedores informales de los templos católicos son parte del patrimonio inmaterial de Cuenca. Basta con hablarles unos minutos para reconocer sus sensibilidades. (I)
Aunque una persona no asista a misa, si tiene buenas acciones con los demás es suficiente”.
 

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