Acudir a un concierto de John Mayall equivale a tocar una piedra Rosetta de las músicas populares del siglo XX. Pero, aunque este lunes saliera al escenario de Barts precedido por una gran ovación y exclamando ("señoras y señores, ¡el legendario John Mayall!"), no hubo ninguna queja en sus generosas dos horas de concierto, sino música refrescante, humilde e inquieta con la que este músico de 85 años nos vino a decir que se lo sigue pasando de miedo tocando el viejo blues.
Como si de un joven y eterno se tratase, el sonido afroamericano volvió a relucir en sus manos con su elegancia y su pulcritud, siempre con las notas justas, recreando literalmente cada canción y dándole un sentido único e irrepetible. De eso va el blues. También su repertorio es siempre cambiante, y esta vez abrió con ‘Mother-in-law blues’, a ritmo de boogie.
Mayall se sirvió sobre todo de sus dos teclados, el Roland, soporte principal, y un órgano Hammond al que sus manos se desviaban de vez en cuando para propinarnos un solo. Así fue en ‘What have I done wrong’, pieza procedente de ‘Nobody told me’, el disco que ha lanzado este año (y que ofrece encuentros con músicos de variado rango, como Joe Bonamassa, Todd Rundgren y Steve Van Zandt). Se decantó, en cambio, por la guitarra en ‘Walking on sunset’, viaje a uno de sus álbumes de cabecera, ‘Blues from Laurel Canyon’ (1968), testimonio de su viaje en busca del alma bluesística de la comunidad bohemia de Los Ángeles.
Su célebre armónica asomó en varios momentos, muy enfáticamente en ese ‘Mail order mystics’ que, después de la hondura de ‘Call it stormy Monday’, cerró la noche con fibras de robusto blues-rock. Esta vez, ‘Room to move’ quedó en el tintero, pero hubo mención final a otro clásico, ‘Checkin’ up my baby’, resoplando como una vieja y fiable locomotora y señalizando el camino a Sonny Boy Williamson con el más despierto de los talantes.
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