Teoría del caos aplicada a la naturaleza: una mariposa mueve las alas en la jungla de Borneo y hace que un huracán barra la costa de las Carolinas, un elefante estornuda en el desierto del Kalahari y acaba produciéndose un terremoto en California. Teoría del caos aplicada a la política: Joe Biden gana las elecciones norteamericanas y Boris Johnson se distancia de Donald Trump y prescinde de los ayatolás del Brexit duro en Downing Street.
El triunfo del demócrata aún no es ni siquiera oficial cuando el primer ministro británico, oliendo que los vientos cambian de dirección, ha decidido apretar el botón de reset . El futuro es distinto con Biden que con Trump en la Casa Blanca. Con la perspectiva inminente de una vacuna que sin la perspectiva de ella. Con las negociaciones con Europa para un acuerdo comercial en la fase decisiva que con todo el tiempo del mundo por delante.
Los votantes de Wisconsin, Michigan, Pensilvania, Nevada, Arizona y Georgia no solo se han llevado por delante a Trump, sino también a Dominic Cummings, brazo derecho de Johnson, y a Lee Cain, responsable de comunicaciones de Downing Street y a quien tan solo el martes el primer ministro había ofrecido el cargo de jefe de gabinete. Pero el impacto de lo que ocurría en Estados Unidos fue devastador. El centro de gravedad cambió en un momento. Dos mujeres –Carrie Symonds, la novia del primer ministro, y Allegra Stratton, la portavoz que todavía no se ha estrenado en el cargo– alentaron la rebelión.
Symonds se ha convertido en un poder fáctico en el número 10. No es ninguna progresista (o liberal como dicen en Estados Unidos), pero fue responsable del aparato de relaciones públicas del Partido Conservador, y ha convencido a su prometido (con quien tiene un hijo, Wilfred) de que la imagen que daban su Administración y él mismo era un desastre, hasta el punto de especularse que no duraría mucho y sería reemplazado por el ministro de Economía, Rishi Sunak. La impresión que ha dado el Gobierno desde el comienzo de la pandemia es de desorden total, una sucesión ininterrumpida de marchas atrás, ya sea a la hora de imponer confinamientos, prorrogar los ERTE o decidir si el Estado pagaba las comidas escolares de los niños más pobres.
El primer ministro quiere ser mucho más conciliador y atizar menos la guerra cultural
Symonds –difícil, apasionada, volátil, manipuladora, idealista– tenía influencia ante Johnson pero estaba sola hasta que consiguió colocar a su amiga Stratton como portavoz al estilo norteamericano, y ambas juntas no tardaron en crear un núcleo de poder capaz de rivalizar con el de Cummings y los arquitectos de la campaña del Leave (salida de la UE). Después de una serie de batallas entre bambalinas, marcadas por filtraciones a la prensa, el conflicto estalló a la hora de nombrar un jefe de gabinete. Cuando el puesto le fue ofrecido a Lee Cain, la novia del primer ministro montó en cólera. Las cartas empezaron a caer como un castillo de naipes. Boris dio marcha atrás. Cain dimitió. Cummings fue detrás de él.
¿Qué clase de primer ministro quieres ser? –podría haberle preguntado Symonds a Johnson–, ¿un trumpista sin Trump, clon físico y emocional suyo como dice Biden, patriarca de la ultraderecha, abogado de la guerra cultural, que rompe los puentes con Europa, que ataca a los inmigrantes y solicitantes de asilo político, a la BBC, a los jueces y a los funcionarios, que quiere destruir las instituciones porque esa es la cruzada de un tipo (Cummings) que ni siquiera es miembro del Partido Conservador, responsable último de que Escocia se vaya y se rompa el Reino Unido? ¿ O bien un líder de consenso, menos dogmático y confrontacional, disciplinado, con un mensaje articulado y coherente, que dirija al país con serenidad en las aguas turbulentas de la pandemia y la economía?
Que el Gobierno no funcionaba era un hecho. Johnson, un político indeciso, a quien le aburre la gestión del día a día, se había puesto en manos de Cumings, que le tenía sorbido el seso. Era su rehén y su instrumento, una relación de dependencia de la que le ha liberado Biden.
Una mariposa aletea en la Casa Blanca y se produce un psicodrama en Downing Street. Empieza una nueva temporada de The crown , y también del culebrón de la política británica.
Downing Street ha asegurado que los cambios de personal y la purga de los dirigentes de la campaña del Leave no afectará a las negociaciones del Brexit, a punto de concluir, que Johnson no se plegará a las demandas de la UE y sólo firmará un acuerdo si respeta la soberanía del Reino Unido. Pero lo cierto es que Cummings insistía en que Londres tuviera las manos libres para conceder subsidios a sus empresas, sobre todo del sector tecnológico, y se oponía a equiparar la normativa británica en materia laboral, medioambiental y de ayudas estatales a la de Bruselas. “No hemos hecho el Brexit para seguir igual que antes”, decía. Seguirá cobrando hasta mediados de diciembre, pero trabajando desde casa. Johnson le tiene miedo, y teme que despotrique contra un eventual compromiso con la Unión Europea.
Pero con Joseph Biden (amigo de Irlanda y defensor a ultranza de los acuerdos del Viernes Santo) en la Casa Blanca, la inclinación a hacer las concesiones que sean necesarias y presentarlas como una victoria es más fuerte que nunca. Si no, adiós a ese pacto comercial que le ofrecía Trump y que tanto anhela para paliar un poco el impacto negativo del Brexit. Cummings no era partidario de medias intentas ni de coger rehenes.Lo suyo era la guerra ideológica total, el choque de culturas, con escudos humanos en vez de cortinas de humo. Su estilo abrasivo lo enfrentó con la mayor parte del grupo parlamentario conservador, que ha celebrado con champán su caída en desgracia. Enérgico, impaciente,
malcarado, intolerante, intimidatorio, venenoso (David Cameron lo definió como “un psicópata profesional”), no ha tenido tiempo de realizar la reforma radical del funcionariado público y del partido tory que pretendía. Pero ha dejado tras él un reguero de destrucción y de mal rollo. El Brexit es en gran medida su gran obra. El final de la historia está a la vuelta de la esquina, y el ambiente político en Londres, entre eso y la pandemia, se parece al de los últimos días de Pompeya.
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