En una tarde de invierno, conocimos a Miguel Ángel Silva Sulca, un limeño de 41 años, alto, de pecho estrecho y piernas delgadísimas, de cabello lacio y negro, al igual que el color de sus diminutos ojos, de cejas no muy espesas, más bien escasas. Tenía una frente amplia que conectaba perfectamente con su alargada nariz y unos labios, un tanto delgados que lucían pálidos y apagados, y cuando la risa los separaba, lo cual no ocurría seguido, dejaba ver dos filas de dientes desalineados.
Aquel día, portaba un par de jeans desgastados, un polo manga corta color negro y una casaca con una capucha que cubría parte de su sereno rostro. Miguel Ángel es un hombre noble, generoso y muy culto. Indudablemente, el transcurso de los años le abrió paso a adquirir muchos conocimientos, los mismos que le permitieron tener una mentalidad más abierta, más liberal, hasta el punto de convivir con más de 30 roedores en su propio hogar.
El hombre rata, es el apelativo que se ganó a pulso, o al menos así lo conocen en la Alameda Chabuca Granda, donde suele pasar sus días haciendo pequeños espectáculos con sus inseparables amigas de cuatro patas. Con emoción y orgullo, nos comentaba que dos extranjeras fueron sus mentoras, una inglesa y otra alemana, criptozoóloga y zoóloga respectivamente, le enseñaron sobre ciencias cuando apenas tenía 14 años. “Me moldearon a como ellas eran”, finalizó con una sonrisa en sus menudos labios. Miguel, adoptó el pensamiento liberalista de aquellas féminas profesionales, las cuales le enseñaron todo acerca de los roedores.
A partir de ese momento, la vida de este valeroso hombre no fue la misma. Comenzó criando un pericote, que iba a ser asesinado por un familiar suyo, luego se encontró un ratón y también lo acogió, finalmente convencido de que este tipo de animales son inofensivos, empezó a criar ratas de todos los tipos y colores. “La rata no come basura como muchos piensan, estas comen camote”, nos comentaba. Acepta que, según el concepto médico, los roedores tienen bacterias, pero asegura que los seres humanos también.
Para el hombre rata, estos animalitos son sus mascotas, dice que son una especie muy fiel tanto o más que los propios perros, no obstante, lo cierto es que, al verlo transitar por las calles, se sorprenden, se espantan, algunos murmuran que se le safó un tornillo, y es que nadie en su sano juicio llevaría dos ratas, una en cada hombro, y se pasearía tan campante por los distritos limeños. Pero, él, no es cualquiera, él es un tipo sabio, carga varios años de estudios sobre su espalda, conoce todo de ellas, afirma que sus mascotas son socialmente mal vistas porque las personas se dejan llevar por las apariencias.
Luego de un par de minutos de charla agradable, Miguel Ángel, nos invitó a conocer un poco más de su intimidad, muy amablemente nos enseñó su habitación, la cual más parecía el Karni Mata en la India, decenas de roedores corrían y comían tranquilamente por toda la estancia. El dormitorio lucía un poco desordenado, un pequeño ropero y unas cuantas repisas flotantes decoraban aquella fría habitación, más abajo se encontraba la casita donde los pequeños compañeros de Miguel dormirían cual bebes en cuna, al frente de esta, se encontraba su colchón, el cual yacía sobre aquel piso de loseta beige.
Sin imaginarlo, el hombre rata me propuso un reto, echarme en su cama y colocarme más de 10 roedores encima. Difícil decisión, pero termine aceptando. Me eché en aquella cama y procedió a ponerme las criaturas sobre mi pecho, estaba temblando como gelatina recién puesta en el refrigerador. Fue inevitable no tener miedo, era una total locura aquello. Sin embargo, me armé de coraje y valiente como un león me mantuve firme como una estatua en aquel colchón. Sentía como más de una decena de patitas rosadas se posaban sobre mi piel. Miguel Ángel, observaba el espectáculo y sonreía cautelosamente, mientras me colocaba más ratas encima.
Luego de aquella curiosa experiencia, el hombre rata se dispuso a preparar la tina con la cual bañaría a “Stuart”, la primera y la más engreída de sus ratas, esta era blanca, como un algodón y parecía mansa como una paloma. Enérgico y entusiasta, Miguel, cogió una tetera con agua recién hervida y colocó un poco de ella sobre una tina con agua fría, la entibió, agarró a Stuart y le dio un buen chapuzón, lo enjabonó y sobó todo su cuerpo, la rata se sacudía para botar un poco de agua de sus pequeños ojos. No chillaba, estaba tranquila, es más parecía disfrutar del baño. Acto seguido, cogió una toalla algo vieja y muy raudo continuó a secar sus suaves pelos, Stuart había quedado limpísima, la corteza de su cuerpo lucía como la más blanca de las rosas.
Por si fuera poco, después de aquel baño temperado, le cepilló aquellos dientecitos, de los cuales muchos temen una mordedura. Luego de acicalarlas bien, las llevó a comer a un restaurant donde están permitidas las mascotas, algunas personas lo observaban con extrañeza, pero él ya está acostumbrado a aquellas miradas mezquinas. Comía del mismo pan junto con su engreída Stuart, le limpiaba la boca con un papel, la trataba como si fuese su primogénito.
Minutos más tarde, lo acompañamos a la biblioteca, lugar donde ingresó con sus fieles amigas, por supuesto. Llevaba dos ratas en su hombro derecho, una era blanca y la otra beige, se sentó a leer un par de libros. Le gusta estar informado y culturizarse lo más que puede. Los cuentos sobre ratas son sus preferidos. En este ínterin, Miguel Ángel, mencionaba que no solo es apasionado de los roedores, sino también de la música. Tiene una banda de rock, con la cual toca en sus ratos libres y busca, de esa manera, ganarse unos centavos.
Finalmente, lo fuimos a la Alameda Chabuca Granda, lugar que considera como su segundo hogar. Allí, pasa horas sentado tratando de llamar la atención de propios y extraños, las personas se le acercaban, por curiosidad tal vez, o porque simplemente deseaban escuchar sus sabios relatos. Amigable y de buen ánimo, este hombre realiza un prolijo espectáculo con sus mascotas en aquel lugar y lo hace con la mera intensión de ganar dinero para la alimentación de estas. No tiene un trabajo seguro, no tiene hijos, ni profesión de la que se pueda valer, solo cuenta con miles de horas de lectura, su conocimiento es rico, ya que su aprendizaje fue adquirido a través de los cientos de libros que ha leído. En realidad, la lectura, es su profesión. Día a día busca salir adelante.
En la plaza, algunos individuos se acercaban temerosamente para tratar de acariciar a estos roedores, él los persuadía, afirmando que están vacunadas y que son bañadas dejando dos días, los animaba a acercarse a ellas, sin temor, sin reservas, y así lo hacían varios, rompían aquella pared llamada miedo para aproximarse un poco más a estas pequeñas criaturas usualmente marginadas. Mas, como no todo lo que brilla es oro, algunas personas corrían al ver a las ratas, cual gacelas asustadas. Pero, cuando no es así, él sonríe, se alegra, se siente satisfecho cuando sus mascotas interactúan con el público y les demuestra que estos animalitos son inofensivos.
El hombre rata se pregunta si la humanidad llegará a cambiar su mentalidad algún día, es consciente que la sociedad ya tiene instaurado un chip en sus mentes, donde saben de ante mano que cosas son buenas o malas, pero él sueña con el día que las personas podrán aceptar finalmente a estos pequeños seres. Aunque eso, solo el tiempo lo determinará…
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