HISTORIA Y OPINION

Cuando nos acercamos al estudio del pasado, resulta un lugar común considerar como un problema de la disciplina llamada Historia que una misma palabra designe dos cosas distintas: de un lado, la realidad en la que el hombre está inserto y, de otro, el conocimiento y estudio de las situaciones y los sucesos que ponen de manifiesto esa inserción. Para superar el problema, los historiadores aceptamos que el conocimiento de los hechos del pasado adopte la denominación de historiografía , por considerar que es la palabra que mejor distingue la tarea de la investigación sobre el pasado, frente a la palabra historia , que significaría la realidad histórica propiamente dicha. Como ha explicado el profesor Aróstegui , el término historia designa los hechos y eventos históricos, mientras que la historiografía se refiere a los escritos de los historiadores. De estas consideraciones teóricas se deduce que los acontecimientos del pasado no podemos modificarlos, son incontrovertibles, existen datos que no pueden ser sometidos a la luz de la opinión. Por ejemplo, es innegable cuál fue el resultado del referéndum de iniciativa autonómica del 28--F; podremos debatir cuando realicemos una interpretación del mismo, y es entonces cuando estaremos generando historiografía . En estos dos planos se mueve el historiador, el de dar a conocer el dato, lo objetivo (la búsqueda de la verdad), y el de su interpretación, momento en el cual nos vemos determinados por la pertenencia a alguna corriente historiográfica. Un tercer plano consistiría en la valoración ética del acontecimiento, que ya no corresponde a la labor del historiador, pero ello no significa que no pueda realizarla, es más, en mi opinión dicha tarea, a veces, es imprescindible.

Esta reflexión de carácter teórico debe ser tenida en cuenta a la hora de tratar algunos acontecimientos actuales, porque no debemos acostumbrarnos, como dijera Hobsbawm , a "la distorsión sistemática de la historia con fines irracionales". Uno de los casos que lo demuestran ha sido la sentencia dictada la semana pasada por un tribunal austríaco contra el supuesto historiador David Irving , condenado a tres años de cárcel porque en 1989, durante unas conferencias, había negado la existencia del holocausto. El fiscal lo calificó de "falsificador de la historia" y el tribunal no tuvo en cuenta las declaraciones de Irving acerca de que había modificado aquellas "opiniones" de años atrás. La condena ha dado lugar a un debate acerca de la libertad de expresión y de opinión, si bien entiendo que no se ha resaltado lo suficiente el hecho de que el problema está en que hay determinados acontecimientos que no pueden situarse en el ámbito de lo opinable. Podemos opinar acerca de por qué se produjo el holocausto, pero nunca acerca de su existencia.

Otras veces el problema viene no tanto de la negación del hecho como del deseo de silenciar su existencia, como ocurre con la tarea de recuperación de la memoria histórica, cuando se defiende que poner de manifiesto una parte de nuestra historia puede llevar a ignorar una realidad presente. Esto fue lo que hizo el pasado sábado en el Parlamento andaluz el diputado popular Carlos Rojas cuando, durante la comparecencia de la consejera de Justicia, expresó sus dudas acerca de que se podría estar abundando en el rencor político y que "se recupera la Guerra Civil y se olvida a las víctimas del terrorismo de ahora".

A pesar de que haya quienes se dediquen a la falsificación de la historia y quienes se sientan molestos con la tarea de reconstrucción de nuestro pasado más reciente, los historiadores, o al menos algunos de ellos, seguiremos intentado que nuestra disciplina sea algo más que un anecdotario de hechos y que el presente nos permita interpretar nuestro pasado.

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