La tarde del viernes 13 de noviembre de 1992, Míriam García Iborra, de 14 años, María Deseada Hernández Folch (Desirée), de la misma edad, y Antonia Gómez Rodríguez (Toñi), de 15 años, salen de sus casas en Alcácer después de decirles a sus padres que iban a la discoteca Coolor, situada en las afueras del vecino municipio de Picasent.
Para llegar hasta la discoteca desde Alcácer hay que recorrer una carretera que enlaza los dos municipios, que se encuentran separados entre sí unos dos kilómetros. El último tramo es oscuro y no hay viviendas junto a la carretera. Es habitual encontrar en los alrededores de Coolor a jóvenes de las poblaciones cercanas haciendo autoestop, a pesar de que los fines de semana el dueño del establecimiento fleta un autobús y alguna furgoneta para transportar a estos clientes.
Aquella noche, las tres niñas deciden desplazarse haciendo autoestop, pero desaparecen antes de llegar a su destino
El lunes 16 de noviembre, las familias de las niñas esperaban su regreso a casa después de una aventura juvenil de fin de semana. Sin embargo, las niñas se habían ido con lo puesto y casi sin dinero. Este hecho descartaba la idea de una huida voluntaria pero empezaba a alimentar la teoría de un rapto.
Los primeros días, varios testigos aseguraron haber visto a las niñas la noche de su desaparición. Un vecino de Alcácer que regresaba de Coolor aseguró haberlas visto caminando en dirección a la discoteca. Una semana después, una anciana declaraba haberlas visto subiéndose a un coche blanco en el que viajaban otras tres personas.
Las fuerzas de seguridad centraron sus primeras investigaciones en amigos de las menores, clientes habituales de la discoteca y sus dueños, llegando a la conclusión de que las niñas no habían llegado al local en ningún caso. También se indagó entre los reclusos de la prisión de Picasent puestos en libertad durante aquellos días.Además, se investigó a los delincuentes sexuales de la zona: durante dos semanas, fueron tras la pista de un perturbado que satisfacía sus obsesiones sexuales en un descampado con muñecas grandes que compraba de una tienda.
El Ayuntamiento de Alcácer editó miles de carteles con datos de las pequeñas y los medios de comunicación se volcaron en la búsqueda de las niñas. Cientos de españoles aseguraron haber visto a las menores. Se llegaron a organizar dispositivos policiales en Granada y en Pamplona siguiendo las pistas de la colaboración ciudadana.
Desde el gobierno, el ministro del Interior, José Luis Corcuera, se interesó personalmente por el caso y se entrevistó con los padres de las niñas. Su Ministerio formó un equipo especial conjunto de la Guardia Civil y la Policía Nacional para colaborar en la búsqueda. El presidente, Felipe González, recibió en Nochebuena a las tres familias y les transmitió su «profunda preocupación como padre».
La búsqueda se amplió fuera de España y se puso al corriente a los servicios de Interpol. Las familias de las desaparecidas distribuyeron carteles en varios idiomas por algunos países de África (una pista llevaba a Marruecos, donde las niñas podrían haber sido llevadas como esclavas sexuales) y Europa. El día en el que se hallaron los cuerpos sin vida de las tres niñas, el padre de Míriam, Fernando García, se encontraba en Londres con periodistas para difundir allí su búsqueda.
En la mañana del miércoles 27 de enero de 1993, un apicultor de 69 años y su consuegro suben al monte a revisar unas colmenas de su propiedad. El lugar es conocido como La Romana, un paraje montañoso en el término municipal de Llombay, a unos doce kilómetros al norte del pantano de Tous y unos cincuenta al suroeste de la ciudad de Valencia. A las diez de la mañana, en las proximidades de las colmenas, los apicultores descubren un brazo humano medio desenterrado con un reloj de gran tamaño en la muñeca.
Un equipo de la Guardia Civil se trasladó al lugar de los hechos. El juez de guardia de Alcira, encargado del levantamiento de los cadáveres, tardó varias horas en llegar al lugar, pues estaba levantando un cadáver en otro municipio. En un primer momento, el tamaño del reloj en el brazo del cadáver hizo pensar al equipo que se iba a desenterrar a un hombre. Sin embargo, al excavar se descubrieron otros dos cuerpos, los tres de mujeres, en avanzado estado de descomposición. Los cadáveres se hallaban envueltos en una alfombra grande y nueva, en el interior de una fosa de grandes dimensiones que había sido excavada a propósito. Los cuerpos estaban maniatados y apilados uno encima del otro, sin tocarse entre sí. Dos de ellos presentaban la cabeza separada del resto del cuerpo. A pesar del deterioro de los cadáveres y sus prendas de vestir (los colores y los tejidos eran muy difíciles de identificar), los expertos ya apuntan a que podría tratarse de las tres niñas de Alcácer. El juez declaró secretas las diligencias.
Además de los cuerpos, se hallaron diversos objetos en los alrededores de la fosa. Entre los restos de tierra se descubrió un cartucho sin percutir. Cerca se halló un videojuego. Junto a unos matorrales, se encontraron unos trozos de papel. Tras su reconstrucción, resultó ser un volante del Hospital La Fe de Valencia a nombre de un tal Enrique Anglés, que había sido atendido de sífilis unos meses atrás.
Una vez desenterrados, los cadáveres fueron trasladados a Llombay. Sin haber realizado las autopsias, no existía la certeza de que los cuerpos hallados fueran los de las niñas desaparecidas; sin embargo, todos los indicios apuntaban a que se trataba de ellas. Los familiares se reunieron en el Ayuntamiento de Alcácer cuando, a última hora de la tarde, se les comunicó la noticia. A las once de la noche acude allí el presidente de la Generalidad Valenciana, Joan Lerma, para hablar con las familias. Poco antes de la medianoche, los cuerpos fueron trasladados al Instituto Anatómico Forense de Valencia.
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