El profesor Betancourt alcanzó a enseñarnos que los objetos de estudio son pasiones que se moldean a través de propósitos de largo aliento. Sin conocer demasiado de su trayectoria vital, con seguridad llevaba por lo menos una década de dedicación al estudio de la violencia en la región vallecaucana. También nos enseñó a enaltecer los estudios regionales con la acuciosidad interdisciplinaria y con la ayuda del trabajo colectivo, como lo demuestran sus libros de autoría compartida. Su obra quedará inscrita entre aquel volumen cada más abultado de estudios de las expresiones particulares de nuestras consecutivas guerras civiles. Su visión de historiador sirvió para ayudarnos a entender que es un proceso trágicamente prolongado en que los actores y las funciones sufren mutaciones y sofisticaciones, pero que al fin y al cabo seguimos deslizándonos en el mismo tobogán de sangre.
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