En la sociedad griega, la religión estaba completamente imbricada en todos los dominios de la vida (familiar, pública y social). La oposición entre lo "profano" y lo "sagrado", los límites que establecemos entre lo "laico" y lo "religioso" son inciertos, incluso no pertinentes. Los gestos, los comportamientos, las ceremonias de la vida familiar, social y política comportan casi siempre un aspecto religioso.
La religión griega no se apoya en ninguna revelación. La ciudad griega no conocía ni instituciones que dirigieran la religión, ni dogma. Las conductas religiosas, piedad (eusébeia: respeto de las obligaciones hacia los dioses), e impiedad (asébeia: ausencia de respeto a las creencias y a los rituales comunes de los habitantes de una ciudad), no tenían un carácter definido y rígido. La piedad parece haber sido el sentimiento que tenía el grupo o el individuo, de ciertas obligaciones.
Las obligaciones de la comunidad concernían, en primer lugar, al respeto a la tradición ancestral. Las del individuo eran multiformes. La participación en los cultos de la ciudad, la abundancia de las ofrendas en los santuarios, la devoción hacia la muerte de los parientes y las divinidades protectoras de la familia, la generosidad para permitir que los rituales se desarrollaran en las mejores condiciones, son ejemplos de manifestación de la piedad.
En cambio, era considerado, generalmente, como impío todo lo que iba en contra de la tradición, en materia de religión, toda innovación: la introducción en la ciudad de dioses que no eran oficialmente aceptados, las concepciones que ponían en entredicho las creencias tradicionales, la modificación de ritos ancestrales. Incluso, cualquier atentado contra la integridad del patrimonio divino (el robo en detrimento de un templo, la mutilación o el cultivo de árboles sagrados), toda profanación, imitación o falsificación de una ceremonia religiosa, las violencias cometidas contra los sacerdotes de un culto eran actos impíos.
La piedad no era la expresión de un sentimiento de relación íntima con una divinidad; no era tampoco sólo la observación escrupulosa y estricta de los ritos prescritos. Ser piadoso era creer en la eficacia del sistema de representaciones establecidas por la ciudad para organizar las relaciones entre los hombres y los dioses, y también participar en ellas activamente.
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