La compra del chalé de Pablo Iglesias e Irene Montero no incomoda a los partidarios de la propiedad privada (incluso limitada). Ni a los defensores de la economía de mercado (incluso de verdad social); ni del derecho a la vivienda (para todos); ni a quienes crean que derechistas e izquierdistas tienen iguales prerrogativas y jamás las ideas condenan a la miseria individual o a la cutrez. Porque reclamar los derechos de los desamparados no implica elogiar el desamparo. Vivan los humildes, muera la pobreza. El debate se va situando donde debería: en la frustración de los fieles de Podemos por una vivienda para unos excesiva (es estupenda, pero no enloquecida), que quebraría la promesa franciscana de Pablo e Irene y contrastaría con anteriores aspavientos propagandísticos. Que los fieles decidan sobre los apóstoles. Como estos temas tan populares interpelan a todo quisque, más vale ser directos: muchos respiramos aliviados porque los líderes populistas primen los intereses de