LA EDUCACIÓN Y EL PLEBISCITO POR LA PAZ
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LA EDUCACIÓN Y EL PLEBISCITO POR LA PAZ

Después de conocer los resultados del pasado plebiscito por la paz, es importante reflexionar acerca de nuestro papel como educadores y la posibilidad que tenemos de formar a través del respeto por el otro y el sentido humano.

22 oct 2016


Por: Ingrid Bibiana Rodríguez Mayorga - Docente

Tras el plebiscito del pasado 2 de octubre en el cual por un estrecho margen de 60.000 votos se desaprobó el ​Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera ​firmado entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia y el Gobierno Nacional, quedó en evidencia la fragilidad de la eficacia del sistema educativo colombiano.

En primer lugar, la supeditación de un principio supremo como la paz a la dictadura de las mayorías es un craso error en un país con una menguada formación en la convivencia y la conciencia y una fuerte formación en los dogmas religiosos, pues en contextos como el colombiano el ciudadano común ignora la importancia democrática que representa la defensa de las minorías (las víctimas de la guerra) como evidencia del progreso del sistema político y, por el contrario, asume sus decisiones como un medio para imponer los principios, que a su juicio son correctos.

En este sentido, el pasado 2 de octubre buena parte de los colombianos guiaron su voto con base en sus arraigadas convicciones religiosas, las cuales vieron amenazadas por falacias tales como la “ideología de género”, “el castrochavismo” o el ateísmo que supuestamente estaban presentes en los acuerdos referenciados.

Lo anterior, en segunda instancia, nos lleva a pensar el importante papel que juega la educación en cualquier proceso político. Sin distingo del área curricular, cada docente es responsable de formar como ciudadano a cada uno de los estudiantes, y los principios fundamentales sobre los cuales debe cimentar dicha formación son el respeto a la diferencia, el sentido crítico, el perdón, la reconciliación y el sentido de humanidad.

La falta de respeto a la diferencia nos lleva a un dogmatismo determinado por la ingenua creencia en la superioridad moral de los valores personales. La carencia de sentido crítico nos lleva a la desinformación y al engaño. La ausencia de perdón y reconciliación nos lleva al odio y la sed de venganza. La falta de humanidad nos lleva a ignorar las necesidades ajenas y a pisotear la esperanza de los demás seres humanos.

Todo esto indica la imperante necesidad de una pedagogía que enfoque sus esfuerzos en formar a los estudiantes más allá de los principios de X o Y creencia religiosa y de paso a un fortalecimiento del respeto por el otro, donde la piedra angular sea la convivencia entre las diversas perspectivas de vida.

Seguramente varias personas, entre docentes y ciudadanos, pensarán que la formación propuesta corresponde a una determinada materia o área curricular, sin embargo, acá no se está hablando de teorías de participación política ni de un gran cuerpo temático de historia teológica, simplemente se está hablando de principios como la convivencia, basada en el respeto mutuo y el sentido de humanidad fundamentado en la solidaridad, cuestiones que no son propias y exclusivas de una asignatura o un docente sino de quienes desempeñamos el rol de educadores y formadores de ciudadanos para la paz.

Probablemente un país consolidado a través de la tolerancia, el sentido crítico, el perdón, la reconciliación y la humanidad no hubiese puesto por encima del valor supremo de la paz, los temores ingenuos aunados por el “castrochavismo” o la “ideología de género”, ni el odio infundado por una guerra observada por TV, ni la indiferencia por las víctimas del conflicto armado que sí sufren día a día la violencia en sus territorios.

Es deber de la educación, pues, brindar las herramientas para que cada individuo asuma con responsabilidad y no con fanatismo y pretensiones de superioridad moral las decisiones que determinan no sólo el futuro individual sino el futuro colectivo y nacional.

 

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