Cuando el viajero era un joven que salía por primera vez de casa, era habitual que, entre los más pudientes, lo acompañara alguien de mayor edad y de confianza. Entre los nobles ingleses era común que fueran acompañados por algún clérigo o conocido de su familia (como se ve en la novela Amelia de Henry Fielding o en las Cartas a su hijo de Lord Chesterfield). Con esto se trataba de refrenar sus posibles excesos y controlar su instrucción durante el viaje. Dentro de esta práctica era habitual que el joven fuera dejado a sus anchas al concluir el viaje, usualmente en alguna gran ciudad como París o Nápoles, desde la que su acompañante se despedía de él; esto pretendía ser un margen de confianza para el joven.
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