Por Adriana Romero
Con una vida muy difícil durante 10 años, obligado a trabajar bajo el sol, privado de la educación primaria completa y limitado con las raciones de comida al día, Alexander Isaac Ángel, originario del municipio de San Juan Opico, La Libertad, es víctima del trabajo infantil. Su tía María Dolores Guardado, ha visto la historia del pequeño y cuenta la vida de su sobrino desde que se sometió a trabajar.
“Era un chico muy sonriente, y energético cuando era muy pequeño”, afirma Guardado. “La situación convirtió su sonrisa en agotamiento, tuvo que ser un adulto a los 10 años”. Comenzó sus primeros estudios en el kinder nacional del municipio a los 5 años de edad e hizo sus primeros dos grados en una escuela parroquial del mismo. Vivía únicamente con sus abuelos, pues su madre era inmigrante y su padre nunca se hizo cargo de él.
Había problemas económicos en su hogar, pues, la única fuente de ingresos de sus “padres” era una remesa de $150 de la madre del niño. Como consecuencia, Isaac abandonó sus estudios, llegando solamente al segundo grado y comenzó a trabajar involuntariamente en una pequeña granja de gallinas de un pariente que vivía a tres cuadras de su casa, pero que era un poco distante en la relación de familia.
El pariente, llamado Antonio Guardado recogía al chico a las 5:00 am para comenzar las labores diarias. Primero comenzaban recogiendo los huevos que las gallinas ponían a diario y luego limpiaban los desechos, hasta que se llegaban las 7:00 am. Después llegaba la hora de alimentar a los animales, con solo 10 años de edad, Isaac levantaba quintales de concentrado para las aves de la granja.
Estos se compraban en el mercado de Opico y los llevaban hasta la bodega, la cual estaba a 10 km de distancia. Isaac caminaba la mitad del recorrido y luego Antonio lo alcanzaba en su pick-up; el trayecto se hacía de esta forma porque así el chico “comenzaba a ser responsable y aguantando el sol, podía ganarse la porción de comida para el almuerzo, su primera y a veces única comida en el día” como lo afirma su tía.
Cada día las labores se ponían más pesadas. Por la tarde, Alexander salía de nuevo al mercado para vender los huevos que se recogían al amanecer; aunque para eso si viajaba en la ruta 108. La condición de Antonio era, que únicamente, podía volver cuando hubiera vendido todos los huevos, eran casi 40. Al no venderlos todos, no tenía derecho a la cena.
No había dinero como paga semanal, simplemente un cartón de huevos a la semana, y $5 al mes; era lo único que podía aportar a su casa. “Es mejor que trabaje con alguien conocido, a que le pase algo malo en la calle” decían sus abuelos, afirma María. Con el paso de los años, el trabajo comenzó a ser más estricto. Empezó a cargar 2 quintales diarios por la mañana, pero esta vez caminaba los 10 km completos, sin darse el lujo de luego subirse a un vehículo como antes. Antonio comenzó a pegarle con cinchos y cables de electrodomésticos si no hacía las cosas bien. A sus 17 años, Alexander descubrió una noticia que impactó su vida de manera negativa. Resultó ser que su “pariente” realmente era su padre.
Nadie fuera de Antonio sabía la verdad, y ahora con más razón podía dominar a su hijo. Lo obligaba a trabajar el doble. Esto desencadenó una actitud repulsiva y llena de ira en Isaac y lo llevo a tomar malas decisiones. Una de ellas fue dejar embarazada a una chica del pueblo. Creía que así podía desligarse de su padre y de las actividades de la granja, conseguir un trabajo digno y una mejor vida.
Para su alivio, Isaac teniendo 18 años, sigue viviendo con sus abuelos y tiene un hijo de un mes de nacido. Su padre, quien lo explotó desde muy pequeño con mentiras, le dio la oportunidad de irse. Comenzó a viajar a San Salvador buscando trabajo. “Consiguió la oportunidad de trabajar vendiendo aparatos eléctricos usados, y luego en venta de herramientas de oficina” como dice su tía. Esto le generó más ingresos.
Podía mantener a su hijo; le daba dinero a la chica para comprarle ropa, leche y demás. Y también daba una parte a sus abuelos para que pagaran recibos y compraran alimentos. Después de tener una infancia muy dura, y conocer la realidad de su padre, Isaac pudo salir del margen de su limitada situación económica. Aunque no volvió a la escuela, pudo cubrir las necesidades básicas de su núcleo familiar.
“Ahora el chico aspira por más, y por encargarse de la vida de sus abuelos, quienes fueron los únicos que lo apoyaron en todo”, recalca su tía. Alexander es uno más de los miles de casos que diariamente se viven en El Salvador.
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