Ramón lo había intentado todo. Fue el primer ciudadano de España en pedir la eutanasia, el suicidio asistido, y los tribunales le denegaron una y otra vez sus reclamaciones. “La ley no lo permite”, le respondían incansablemente. A los 55 años, llevaba casi 30 postrado en una cama, desde que se quedó tetrapléjico con apenas 25 en un accidente. Cansado, decidió tomar las riendas y se quitó la vida el 12 de enero de 1998.
La tarea no fue sencilla. Más allá de que el suicidio no es una elección fácil, Ramón Sampedro no podía hacer nada sin ayuda. Imposibilitado de cuello para abajo desde que se tiró de cabeza al agua en la playa de As Fumas y se rompió la séptima vértebra al chocar contra una roca en 1968. Por eso tuvo que contar con un nutrido grupo de ayudantes. Cada uno, hasta un total de 11 personas, tenía una función específica, compartimentada. En si misma, ninguna de esas tareas constituía un delito. Todas juntas, sin embargo, eran sinónimo de eutanasia.
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