La globalización ha supuesto la intensificación del comercio mundial de bienes y servicios, que se ha multiplicado por 7 desde 1980. Y ha generado un fenómeno de enorme relevancia que distingue y define la actual ola globalizadora: la extrema movilidad internacional del capital. En 2008, el comercio mundial de bienes y servicios rondaba los 14 billones de dólares al año, cifra muy inferior a unos flujos financieros que suponían algo más de 3 billones al día. Las operaciones financieras se han independizado del comercio, animadas por una lógica especulativa en la que predominan las operaciones a corto y muy corto plazo. Esa financiarización ha facilitado que los grandes grupos empresariales desarrollen sus procesos productivos en largas cadenas de valor, desconecten los espacios de producción de los mercados de venta y deslocalicen sus beneficios fuera de los territorios de los Estados en los que desarrollan su producción.La globalización ha proporcionado una ventaja crucial a las empresas multinacionales en dos cuestiones muy importantes. Por un lado, en la pugna por distribuir la renta generada y negociar salarios y condiciones de trabajo, limitando las posibilidades del diálogo social y la negociación colectiva. Por otro, al debilitar sustancialmente el poder de los Estados para imponer reglas y aplicarlas a los grandes grupos empresariales que, en sentido contrario, refuerzan su influencia en terrenos tan importantes como impulsar reformas del mercado de trabajo, desregular mercados y operaciones financieras, recortar gasto público o privatizar la actividad económica rentable que realiza el sector público. Supone, en consecuencia, una reducción de las opciones que puede elegir la ciudadanía y, por tanto, el debilitamiento de la democracia. No puede extrañar que la globalización haya generado propuestas y corrientes antiglobalizadoras, tanto a diestra como a siniestra.La inquietud de buena parte de la sociedad ante la globalización y sus efectos se ha manifestado en el último año con rotundidad. Desde el referéndum del Brexithasta el ascenso electoral de Le Pen en las últimas presidenciales francesas, pasando por el acceso a la Casa Blanca de Trump. La apuesta neoproteccionista y antiglobalizadora de derechas o extrema derecha carga sus argumentos con tintas xenófobas que centran sus críticas en la inmigración y en los peligros que supone para la seguridad y la identidad nacional. Curiosamente, la prédica antiglobalizadora de las derechas se despreocupa del más importante componente de la actual globalización, el auge de las operaciones financieras y las restricciones democráticas que su desregulación ha impuesto.En el extremo opuesto del arco político hay también posiciones antiglobalizadoras de la izquierda anti-sistema cargadas de principios que centran su agitación en defender la abrogación y sustitución del capitalismo. Pocas veces se encuentra en sus discursos una clara diferencia entre las críticas frontales de carácter político o ético al sistema capitalista y las propuestas tácticas a corto plazo destinadas a controlar el funcionamiento de la globalización o tratar de impedir sus efectos destructivos.Las propuestas para democratizar la globalizaciónAl margen de disyuntivas simplificadoras a favor o en contra de la globalización se pueden hallar múltiples críticas progresistas de la actual ola globalizadora, que se
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